Alejandro Caravario 9y

El peso de la realidad

BUENOS AIRES -- Hay finales que se disfrutan mucho más en las vísperas. Entonces el hincha tiene licencia para liberar la imaginación, especular con escenarios heroicos y hacer todo tipo de proyecciones felices.

La final del Mundial de Clubes fue, para el público de San Lorenzo, uno de esos partidos que más vale palpitarlos con ansiedad y optimismo que padecerlos en su versión real.

Porque tanto Real Madrid como San Lorenzo respondieron con rigor a las previsiones. Y el peso de la realidad sepultó los deseos de los argentinos.

Como se esperaba, no hubo semejanzas entre el equipo más rico del mundo, que hilvanó 22 victorias consecutivas, que tiene en sus filas a cinco o seis de los mejores futbolistas en actividad, y el batallador San Lorenzo.

Los dirigidos por Bauza son precisamente la contracara de esa opulencia. Obligado a vender como todos los clubes de la Argentina, San Lorenzo perdió ya hace mucho a las principales figuras, Piatti y Correa. Por lo tanto, en lugar de llegar en el apogeo a su compromiso máximo, llegó debilitado.

El resultado pone a resguardo la dignidad de San Lorenzo. Pero es cierto que el Madrid no ajustó las clavijas, no fue en busca de sangre, si no los números habrían sido más categóricos.

La tibia celebración del final dio a entender con claridad que para los europeos este torneo no figura entre sus más altas aspiraciones.

Recuerdo la obtención de la Champions, en un dramático duelo con el Atlético. Ahí sí se los vio eufóricos, desencajados, luego de haber entregado hasta el último aliento.

San Lorenzo hizo lo que pudo. Trató de aguantar hasta donde le dio el cuero. Pero su endeble manejo de la pelota lo expuso al error constante. Y así, no sólo le dio al Madrid la posesión absoluta, sino que le facilitó réplicas de alto riesgo.

Es muy difícil, utópico, sostener un partido si no se consigue hacer dos pases consecutivos. Con el agravante de que la salida, en especial por los pies de Kannemann, terminaba inexorablemente en un pelotazo a cualquier parte.

El equipo de Bauza se sentía inferior y se notaba en su inhibición, en su premura por soltar la pelota. De dos errores, de dos entregas fallidas, vinieron los goles del campeón.

En ofensiva, no había ningún plan. Quizá una pelota quieta, pero se sabe que anticipar en lo alto a Pepe y Sergio Ramos es una tarea ímproba.

Hacia el final, con un Real Madrid relajado, San Lorenzo se arrimó por primera vez con cierto peligro, con remates desde el borde del área, al cabo de alguna combinación coherente de pases.

Era tarde, muy tarde. Pero quizá funcione como consuelo comprobar que estuvieron más o menos cerca de marcar un gol.

Romagnoli (un cambio muy demorado) enseñó el camino. El orgullo de dedicarse a jugar, el verdadero coraje de tener la pelota y organizar el juego. Se le plantó al Real como si fuera Belgrano de Córdoba.
Sólo él, Kalinski y Mas estuvieron a la altura de semejante partido, de entrar en la historia importante el fútbol.

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