Alejandro Caravario 318d

Una concesión a la nostalgia

BUENOS AIRES -- El regreso al redil es un clásico del fútbol. Apenas emigran a puertos más ricos, los jugadores de industria nacional auguran una vuelta al club que los vio nacer y cotizarse.

Muchas veces queda en deseo, pero otras se concreta. El último caso feliz es el de Diego Milito, que acaba de salir campeón con Racing luego de una década en las competiciones europeas, donde accedió a los brillos mayores como ganar la tan reputada Champions League.

Ahora nos enfrentamos a otro reencuentro con un hijo pródigo: Pablo Aimar, uno de los mejores futbolistas surgidos del semillero de River en los últimos veinte años.

Campeón e integrante de una camada de estrellas, acaso el último orgullo de las históricamente fértiles divisiones inferiores del club, Aimar reúne el repertorio de destrezas con que aspiran a ser identificados los hinchas de River.

Grácil, habilidoso, veloz y goleador, el cordobés cumple con los requisitos específicos del crack criollo. Frontal y osado, su ética además se corresponde con la de un ganador, cuyo carisma, sin embargo, reside en el perfil bajo, la humildad que la fama no logra mellar.

Claro que Aimar ha trajinado mucho. Tiene 35 años y en los últimos tiempos las lesiones lo mantienen desvelado. A un paso del retiro.

Él mismo ha dicho que pensaba pegar la vuelta a River un año antes, pero su estado físico no era el ideal y por lo tanto desistió.

Con el comienzo de la pretemporada, se verá cuán entero está Aimar y a qué distancia de sumarse sin trauma a la alineación campeona de la Copa Sudamericana.

Se descarta que el público, que lo quiere bien, recibirá a Pablo con los brazos abiertos y la vocación utópica propia del hincha. Es decir, con el anhelo de que los años transcurridos y las lesiones sufridas no se le noten.

El regreso de Aimar, como el de otros entrañables futbolistas del River, ha sido una esporádica bandera política. Cada tanto, algún dirigente o postulante a dirigente prometía gestiones para repatriarlo.

Son emocionantes estas reapariciones. Pero también pueden redundar en brotes melancólicos. Sencillamente porque Aimar no puede ser el mismo que vieron despuntar los hinchas y cuya expresión más madura y espléndida tuvo lugar en otro continente y con otra camiseta.

Los jugadores consagrados vuelven cuando les queda poca cuerda. Para despedirse y evocar eras gloriosas. El modo de evitar decepciones es tomarlo como un tributo recíproco entre el futbolista y el club. Una concesión a los sentimientos y probablemente nada más.

Si Pablo Aimar estuviera en un alto nivel, merodearía las sociedades deportivas del primer mundo en busca de un contrato y no el Monumental.

River, por su parte, sabe que esta movida es una licencia poética y no un proyecto. Los fundamentos del porvenir no puede extraerlos del pasado, sino de los jugadores que acechan hambrientos en las divisiones juveniles.

Tal vez los clubes se animen en algún momento a imaginar homenajes y gestos de gratitud sin incurrir en regresiones.

La nostalgia es un estado de ensueño que los románticos encuentran placentero. Pero difícilmente sea una noble consejera.

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