Washington Cucurto 9y

Las ballenas de Puerto Madryn

PUERTO MADRYN -- Pocas cosas son tan bellas en la naturaleza como el avistamiento de las ballenas de la Península de Valdes, o más abajo, en el Mar del Sur. Hasta esos mares fríos llegué gracias a la invitación de una importante línea de aviación que quiere difundir sus viajes al Sur.

Una vez en Madryn me vi obligado a subirme a una lancha inflable que en 15 minutos me depositó en el centro del mar, rodeado de ballenas. Por supuesto, que no iba solo, si no con un contingente de 15 personas más. Japoneses, austríacos, mexicanos, muchos brasileños, norteamericanos y coreanos.

Aferrado a mi campera rompevientos y a mi exclusivo chaleco salvavidas, saqué un cuadernito de anotaciones y comencé a escribir. Estaba muerto de miedo, las ballenas se acercaban demasiado, como si fuesen peces de colores del Jardín Botánico en busca de su galletita.

De pronto, en un estribo de la lancha, vi a un hombre con gorrita, cubierto con una campera de algodón con capucha. Le vi cara conocida, pero era imposible verlo bien de cerca. Yo estaba sentado en el otro lado de la lancha y aunque lo tenía enfrente mío a unos 15 metros, el viento y el griterío me impedían verlo claramente.

Junto a mí se sentó una sueca que tenía más miedo que yo. Me agarró de las manos, no por el afecto, si no por el miedo que sentía cada vez que una ballena sacaba su enorme cabeza. Se llamaba miajilichenka y me dijo que era jornalista de la revista Charly ¡Ay! Hedbo. Por respeto a las víctimas de la masacre, no le tiré todas las ondas, mis perros sensuales y mis piropos machistas.

Una ola gigantesca surcó el cielo azul marino del mar; levantó el bote a más de 50 metros y pensé que era un tsunami y ella pensó que era otro atentado. Me abrazó y ahí sí, la abracé con todo. El amor me rondaba en medio del mar frío y ventoso.

- El que está frente a nosotros, con capucha, es Juan Román Riquelme. El máximo ídolo del fútbol argentino. Cuando la sueca me pasó esta info, no lo pude creer. Ella viene siguiéndolo hace días. Estar en medio del mar con Riquelme y rodeado de la belleza de la ballenas es una de las cosas más hermosas que me tocó vivir.

En ese momento de éxtasis total, el barco se elevó de golpe. Y todos nos asustamos. Varios turistas cayeron al mar. Yo me aferré a mi sueca y vi como Riquelme se aferró a las barandas. Era un futbolista y sabía mantener el equilibrio, sabía estar en una situación jodida sin perder la calma. Era Riquelme, mi próximo salvador, un crack.

Que el hombre que es tu máximo ídolo, te salvé la vida, es algo que no tiene nombre. Lo cierto es que una ballena azul, con grandes ojos amarrillos, se fue encima de la lancha, la colocó encima de su lomo y se paró en puntas de cola. Estábamos a 150 metros del mar, en pleno cielo azul del Sur argentino.

Rodeados de una belleza natural incomparable. De pronto, si lo pienso, el lugar indicado para morirme. Con una sueca pegada al pecho y con Román enfrente, no me sentía tan mal, aunque el fin fuese inminente.

Riquelme nos dijo a todos que nos tranquilicemos. Saltó de la lancha y se deslizó por el lomo del azulado cetáceo. Se aferró a su pecho y le habló al oído, dándole tres palmadas. Luego se colocó en su asiento y nos ordenó que nos pusiéramos nuestro cinturón de seguridad.

La bella ballena volvió a sumergirse, pero con un autógrafo de Riquelme en el lomo. Incluso accedió a sacarse una foto con los tripulantes de la nave.

Ser famoso, ser un crack, debe ser genial. Pero ya que tengas el poder de comunicarte y de entrar en diálogo absoluto con las ballenas es algo de un super héroe, de una especie de dios terrenal.

Me quedé inmovilizado, sin poder hablar. Cuando llegamos de nuevo a Madryn, antes de bajar Riquelme se me acercó y me dijo al oído: "Seguís escribiendo en ESPN? Leo tus crónicas siempre, te sigo a muerte, Cucu". Me dijo Juan Román y desapareció.

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