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La singularidad perdida

BUENOS AIRES -- Al final apareció Messi. Mejor dicho: la fortuna le concedió un rebote luego de un penal mal ejecutado y así pudo meter el gol de la victoria del Barcelona frente al Atlético de Madrid, por los cuartos de final de la Copa del Rey.

Hasta allí, ese elenco de obreros aplicados e incansables que están a las órdenes del Cholo Simeone se las había arreglado para que el poderoso equipo local no los inquietara demasiado. Con buenas artes, con una defensa más que sólida en la que sobresalieron los titánicos Godín y Miranda.

Es decir, orden y progreso. Nada del otro mundo. Lo cual nos lleva a reflexionar sobre este Barcelona, tan semejante de nombres y tan distinto a aquel apadrinado por el gran Pep Guardiola. Resulta difícil de entender que una formación en cuya línea de ataque coinciden Messi, Luis Suárez (de flojísimo partido) y Neymar llegue tan poco al arco adversario. Es apenas un encuentro, se puede decir.

Hace unos días, por la Liga, el mismo rival fue despachado sin dificultades por los de Luis Enrique. Sin embargo, no es la primera vez que al Barcelona le embrollan el libreto con una oposición apenas mediana. En la memoria del equipo persisten algunos mandatos. Por ejemplo, la posesión. Y se notó durante los primeros 15 minutos. Luego, como si la convicción vacilara o la fórmula hubiera resentido su eficacia, esa obsesiva inclinación a tenerla que borraba literalmente a los rivales dejó de funcionar.

El Barcelona ahora está dispuesto a repartir la pelota, a tirar centros más seguido, a comportarse, en suma, como un cuadro más. De los buenos, de los poderosos, pero uno más. Tal vez este cambio se vea profundizado por el entrenador. Luis Enrique, al menos como jugador, encarnaba más cabalmente el antiguo estilo español, de enjundia y arremetida, que el toque virtuoso que impuso el Barcelona de Pep como marca de fábrica.

Pero el realismo no proviene en exclusiva del director técnico. Al parecer, los futbolistas han reparado en su estatura humana, aceptaron que el esplendor es efímero y obran en consecuencia. Toman objetivos razonables y no se rasgan las vestiduras si un equipo inferior como el Atlético de Madrid los hace perder la línea. Les arrebata una identidad pacientemente elaborada y los somete a la confusión como si se tratara de un elenco sin conceptos claros. Los catalanes, por decirlo de un modo sencillo, se han vulgarizado.

Hay un ejemplo ilustrativo de este proceso. Xavi toma asiento entre los suplentes. Uno de los grandes protagonistas, junto a Messi e Iniesta, del ciclo dorado, ha cedido terreno hasta ese punto. El paso de los años tal vez sea una explicación. Que sería fácilmente aceptable si su lugar no lo ocupara Rakitic, un buen futbolista pero en otro registro, con otra inspiración.

Barcelona seguirá entre los equipos más competitivos y fuertes de Europa. Seguirá siendo gran candidato en todos los torneos en los que juegue. Y su plantel seguirá acogiendo estrellas de todo el planeta. Eso sí, ya no será aquella expresión única, la más perfecta versión del fútbol.