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La pulsión ganadora

BUENOS AIRES -- Aludir a cuestiones anímicas puede ser un modo sencillo de explicar algunos resultados cuando faltan razones técnicas.

Siempre existen motivos futbolísticos para el destino de los partidos y de los campeonatos. Pero en el caso de Boca y Vélez es innegable que cierta disposición psicológica (llamémosla así) influyó decisivamente en lo que ocurrió en la cancha.

Quiero decir: Vélez llegó a la instancia de definir una plaza en la Libertadores sintiéndose víctima de una injusticia. El club de Liniers (sus dirigentes, sus jugadores) creía haber ganado ese derecho el año pasado y aduce que le fue arrebatado en los escritorios, merced a la habilidad de los dirigentes de Boca.

De ahí provino su actitud quisquillosa, de queja constante y, lo más grave, resignada. Daba la sensación de que Vélez pretendía hacer visible durante el juego el despojo del que había sido objeto en otra parte, en otro tiempo. Entonces protestó cada falló, pidió faltas que no existían, propuso un partido deliberativo y se olvidó del fútbol.

Fue un equipo ausente y, para colmo, afectado por el entumecimiento propio del verano. Estuvo lento, sin sorpresa y acusó antes de tiempo el cansancio. Milton Caraglio, por caso, fue incapaz de reaccionar en una jugada muy propicia del segundo tiempo que podía haber terminado en empate. Pero el delantero pareció atornillado al piso.

Boca, por su parte, destinó este partido a la reivindicación. Para lo cual subestimó incluso el duelo ante River. Veló las armas para arrancar la temporada con el regreso a las ligas mayores (la Libertadores). De todos modos, el triunfo en el Superclásico, con suplentes, supuso un envión clave, a pesar de que allí no había nada formal en juego.

Después de la sonora caída ante Racing y de las serias dificultades para reforzar el equipo a gusto del Vasco Arruabarrena (una defensa nueva y de jerarquía), Boca recuperó la pulsión ganadora. Mientras Vélez tuvo un paso testimonial por Mar del Plata, en el que quiso dejar constancia de un atropello, Boca puso todas las fichas a ganador. Casi con prepotencia. Quizá en esa conducta, en ese deseo profundo, reside la gran razón de su notoria superioridad.

Y cuando se alinean las voluntades con semejante energía, todo el equipo reluce. Incluso aquellas líneas y aquellos jugadores sometidos a discusión. La vieja y objetada defensa de Boca fue muy sólida. Y, por poner un ejemplo, el Cata Díaz, un futbolista que es candidato a mirar los partidos desde afuera, se convirtió en una de las figuras de la cancha.

"Nos da prestigio, también nos da dinero", dijo Arruabarrena en referencia a las ventajas de haber entrado a la Libertadores. Como si estableciera los pasos necesarios para sanar la autoestima averiada luego de algunas campañas insulsas. Es indispensable, razona el entrenador, reaparecer en los grandes escenarios, hacer memoria de la fortaleza perdida. Devolverle el peso a la camiseta con la entrega y la convicción del que se lanza a ganar persiguiendo una obsesión.

Luego el juego, los argumentos técnicos, se subordinan a esa pulsión.