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Un gesto para la tribuna

BUENOS AIRES -- Luego del estruendoso triunfo ante River en Mendoza, los jugadores de Boca (algunos de ellos ya maduros) se sacaron una foto íntima, en el vestuario, en la que posaron con la mano abierta hacia adelante.

Es decir, remarcando el número cinco, que fueron los goles que metieron en el Superclásico. Pero como las redes sociales suponen una tentación constante de narrar la propia vida en tiempo real, las escenas íntimas prácticamente no existen.

Alguien, de los muchos que participaron de la broma, subió la foto a alguna cuenta, y la transformó entonces en una cruel cargada al adversario. En las declaraciones, el tono no bajó.

Tanto el entrenador como algún futbolista necesitado de seducir a la tribuna se mostraron especialmente irónicos al aludir a la histórica goleada de verano.

Si uno sospechara que, en efectivo, las expresiones provocadoras responden a un genuino sentimiento de hincha, siempre ávido por enrostrarle al rival el triunfo, vaya y pase. La chicana, en el clima violento que suele campear en el fútbol, no parece lo más recomendable, pero respetemos hasta allí ciertos códigos históricos, que se reciclan después de cada clásico.

Podemos entender los afiches que, con variado ingenio, circulan para mofarse del que perdió. Pero que los futbolistas, que se dicen profesionales, que ejecutan sus destrezas en el club que mejor les paga y sin preferencias de camiseta, se suban a estas prácticas, suena cuanto menos insincero. Los favores del público hay que ganárselos dentro del campo, con buenas armas. No fingiendo fanatismo cuando la vida les sonríe y están en la cresta de la ola.

Lejos de las costumbres criollas, más concretamente en el calcio italiano, Mauro Icardi tuvo un serio entrevero con los tifosi. Luego de la derrota del Inter frente al Sassuolo, el delantero, también propenso a dar a publicidad su vida privada minuto a minuto, intentó congraciarse con los hinchas y les arrojó su camiseta a modo de compensación por el mal trago.

Una exagerada disculpa por lo que sólo había sido un partido perdido y probablemente mal jugado, dentro de una campaña floja. En un gesto de rechazo algo humillante, el público le devolvió la camiseta. No aceptó el soborno. El joven Icardi reaccionó como si le hubieran pegado y comenzó a insultar a los pocos hinchas interesados en seguir el mano a mano con el futbolista argentino.

Tal descontrol, según algunos medios italianos, podría costarle la continuidad en el club. Se comprende que Icardi, al igual que sus compañeros, pretenda llevarles alegría y no derrotas a sus seguidores.

Pero el golpe de efecto, la demagogia semejante a la de los jugadores de Boca, no es el camino más propicio. Otra vez: las revanchas y las ofrendas al público deben tener lugar en la cancha, durante los noventa minutos de juego.

Al menos así le cabe razonar a un atleta rentado. Si un futbolista (y con aspiraciones de estrella) no logra sobrellevar el malhumor de la hinchada, insulto incluido, sin perder el equilibrio, no entiende las reglas del juego.

No está preparado para ese circo. Lo mismo sucedería con aquel que creyera que las lisonjas y el aplauso son una concesión perdurable. Que esas muestras de gratitud no se alterarán según los resultados.

Profesionalismo no implica sólo ganar fortunas. Sino adoptar una conducta que guarde distancia con el hincha. Con sus vaivenes, sus arbitrariedades y sus expresiones emocionales. Para hacerse querer, los jugadores no tienen más remedio que acudir a sus habilidades con la pelota.