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Nacional de Medellín: El inmortal número 2

ESPN

MEDELLÍN, Colombia -- Es viernes por la tarde en el barrio Belén de Medellín, Colombia. Algunos chicos que salen de la escuela cruzan campo abierto por la unidad deportiva Andrés Escobar Saldarriaga, para practicar actividades deportivas y distraer la mente con algunos amigos. Es el corazón de una zona de trabajadores, un pulmón verde arbolado con una cantidad inumerable de variantes para hacer ejercicio y el cual lleva el nombre de un símbolo para la ciudad, para sus habitantes, sus ideales y sus objetivos.

Es la primera imagen de Andrés Escobar que nos encontramos en nuestro viaje, una estatua de más de dos metros que se impone al ingreso del establecimiento y la cual general tantas preguntas como reflexiones. Los más pequeños se trepan de sus piernas de bronce pidiendo una foto con sus compañeros del colegio. Muchos de ellos conocen su historia, crecieron con esta imagen petrificada de un personaje que creen un prócer nacional y al que sin embargo nunca vieron ejercer su profesión de futbolista.

A paso lento, con el ceño fruncido y las manos en los bolsillos del jean, se acerca por la sombra Gabriel "Barrabás" Gómez, amigo de Andrés y compañero en la Selección Colombia. Es inevitable para él volver la mirada hacia la estatua y que los pensamientos no viajen con la nostalgia. Su voz se quiebra con el primer intento de traer los recuerdos: "Sin dudas lo que más extraño es su risa", asegura "Barrabás" tragando saliva. "Esto es lo que Andrés buscaba, que el deporte sea motivo de reunión y educación, para todos", reflexiona su amigo dejando en claro que este busto representa los ideales de un icono social, que con su muerte se transformó en un ejemplo para fortalecer los los valores de una sociedad desbastada por el narcotráfico, una figura que claramente se convirtió en símbolo de reflexión para el pueblo colombiano.

Atrás quedó su asesinato en la madrugada del 2 de Julio de 1994, con hipótesis variadas sobre los motivos de aquel brutal episodio. De todas formas, y tal como el mismo Escobar lo redactó en un periódico colombiano un día despues de convertir el auto gol frente a los Estados Unidos, ''la vida continua'', y su familia tuvo que seguir adelante con el estigma de su muerte.

Es sábado por la mañana en las afueras de Medellín. La niebla inunda la angosta carretera mientras algunos camiones de frutas comienzan su jornada de trabajo. Antes del primer puesto de peaje nos encontramos con Felipe Angel Escobar, sobrino de Andrés, con una historia particular para contar. Nos subimos a su camioneta y el testimonio desde las entrañas de la confianza comienza a rodar.

Es inevitable para él, hablar de su tío en el primer silencio del viaje. Nos conducimos a una zona residencial, de grandes fincas y en donde su familia cuenta con un sin fin de recuerdos íntimos de Andrés, los cuales con el tiempo fueron convirtiendo en un museo especial.

"Cuando uno tiene 10 años, no entiende por qué le matan al tío por convertir un auto gol", se analiza Felipe a si mismo dejando en claro la indignación por un trágico episodio que pareciera tener los motivos bien claros. Aquella tarde del 22 de junio de 1994, en el Rose Bowl de Los Angeles, cuando Escobar convirtió ese fatídico gol en contra de su propia valla, Felipe su sobrino tuvo una especie de premonición al decirle a su madre (María Ester Escobar, la hermana de Andrés) que por aquel error íban a matar a su tío.

Era la simple y concreta lectura de un niño sobre lo que estaba acontenciendo en su país y el ambiente que se palpaba durante esos días. 20 años más tarde, su sobrino demuestra una madurez y una entereza frente a esta pérdida que marcó su camino para siempre, "aquel momento partió nuestras vidas en dos".

Luego de un intenso repaso de fotografías exclusivas, con personajes popularmente reconocidos pero en situaciones a las que no estamos acostumbrados a encontrarlos, nos muestra su tesoro más preciado, las camisas que su tío le dejó como parte del legado que siempre resalta. Todas con el infaltable número 2, cada una de ellas con la textura especial de haber formado parte de la historia reciente del fútbol profesional, un testimonio textil por el cual cualquier fanático daria la vida por guardar en su vitrina. Sobre todo los hinchas de Atlético Nacional de Medellin.

Esa misma tarde tendríamos la oportunidad de sumergirnos en el mundo de aquellos hinchas que lo veneran, que lo convirtieron en un santo por sus colores, los mismos que lo llevan en la piel, en banderas, murales, canciones y todo tipo de acompañamiento posible dentro de sus vidas cotidianas.

Cuatro esquinas del barrio Belencito cortan sus calles para una reunion cinematográfica. Es la previa del día del hincha para los fanáticos 'verdolagas', el Domingo habrá fiesta en el Atanasio Girardot, pero antes el barrio expone todo su potencial en cuanto al sentimiento por los colores. Al fondo se encienden las luces de las casas sobre la montaña, sobre el asfalto se juega al fútbol con arcos de hierro y a un costado un muralista dibuja una bandera con el rostro de Andrés Escobar. Los músicos se preparan sobre el escenario para tocar las canciones de la hinchada y están listos los ingredientes de la tribuna plasmados en el barrio.

Llega la jornada esperada, hay partido en el estadio de la ciudad y el murmullo crece por las calles laterales. Ya se escuchan los bombos y las banderas empiezan a hacer foco en las tribunas. Es una fiesta, toda verde y blanca, entradas agotadas para ver Atlético Nacional. Algunos hinchas reflexivos se acercan y confiensan su nostalgia en un día especial: ''intachable. Siempre presente. Está en nuestros corazones. Un ejemplo para la juventud. El caballero del fútbol…'' Frases sueltas que representan un homenaje cotidiano para un personaje que marcó para siempre las vidas de estos hinchas. Una comunión sincera, respetuosa y genuina que invita a conocer las verdaderas razones del sentimiento por un equipo, por los colores, la tradición y por un referente, siempre presente aunque este ausente. Su recuerdo nutre la nostalgia, ya que nació y murió verdolaga, suficiente para amarlo hasta la eternidad. Para muchos, es un santo que los cuida desde el cielo, un icono que los acompaña en cada partido, como un Ritual ineludible.