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No ser viudas de generación dorada

Scola ha sido eje del equipo argentino por años, pero es momento de cambiar por el bien del equipo EFE

Como muchísimos otros admiro a Emanuel Ginóbili y Luis Scola como deportistas. Pero también disfruto al escucharlos expresarse ante la prensa. Es que siempre ofrecen ideas con sentido, no hablan por hablar.

Pero al mismo tiempo nunca deja de sorprenderme esa naturalidad seca, casi neutra, con que se refieren a la actualidad de la selección. Hablan, aun cuando los tenga como protagonistas, como si no lo fueran. Hablan como si no hubiesen dejado la piel en cada acción en los últimos 15 años.

Hablan del hoy de la selección argentina con la frialdad de un trámite bancario o con la asepsia de una operación de apendicitis. Se expresan casi ubicándose en el extremo opuesto a las enormes pasiones que ambos generaron en millones de argentinos. Tal vez porque ambos son extremadamente racionales y no se dejan arrastrar por esas emociones.

Ellos elucubran sus ideas sólo por lo que es mejor para la selección y lo dicen de forma directa, como para que no haya malos entendidos, ni confusiones, sin importarles demasiado si eso es lo que los otros quieren escuchar. Ellos no se conmueven con sentimentalismos.

Si falta un jugador importante, ellos nos dicen que "no hay que llorar, hay que afrontar el torneo con los que están". Si se perdió un partido o un torneo trascendental, ellos reconocen, aún con dolor, que la derrota está "dentro de las posibilidades" y que "hay que mejorar y pensar en el próximo".

Está perfecto. Son un excelente ejemplo, el que debería imperar siempre alrededor del seleccionado cuando se administra su presente y se proyecta su futuro.

Siguiendo ese paradigma y analizando con similar frialdad la situación del equipo nacional, me resulta imposible no pensar que el ciclo de la Generación Dorada en el seleccionado se terminó. Porque el tiempo, se sabe, es inexorable. Tras una década y media llegó la hora de reconstruir, desarrollar y consolidar una selección sin ellos como grupo (sí como ejemplo), sin importar qué tan trascendente sea el torneo a afrontar.

La selección argentina en 2015 debe tener amplia mayoría de los jugadores que vienen transitando el recambio en los últimos tres años. Hay que confiar en ellos. Ya están grandecitos para hacerse cargo de la responsabilidad de ponerse una camiseta que sus antecesores vistieron con orgullo, calidad y llevaron a la élite mundial.

A excepción de Scola, que por vigencia, por decisión propia, por edad y porque en su posición no sobran alternativas, la selección debería estar integrada por jugadores como Campazzo, Delía, Laprovíttola, Bortolín, Garino, Mata, Espinoza, Brussino, Deck, Gallizzi o Giorgetti, entre otros.

Con Scola todavía como líder, pero hoy la selección debe ser de otra "generación".

¿Qué algunos veteranos todavía tienen una alta calidad? Por supuesto que sí y en muchos casos, superior a la de los jóvenes. Pero si no se pone un punto final, si seguimos hasta el hartazgo pidiéndoles a esos fantásticos jugadores de la Generación Dorada "un torneo más y no jodemos más", los expondremos, en algún momento, a una actuación no tan lucida. Y eso, en un país absurdamente exigente y sin memoria como es Argentina, sería muy cruel e ingrato para con deportistas que se supieron construir de sí mismos una imagen casi inmaculada.

Pero tal vez peor, si a los veteranos se les sigue exprimiendo con insistencia hasta la última gota de su aporte, se estará postergando el salto a la selección de los hoy jóvenes, que recién ingresarán al equipo por obligación a los 27 o 28 años, cuando el margen de progreso internacional ya será casi nulo.

Hoy con mayoría de jóvenes se puede perder. Hoy con los veteranos también se puede perder, como se vio en el Mundial, pero también se perderá mañana, cuando el recambio tardío lleve a la selección a un abismo del que desbarrancará con seguridad.

Por eso marco que este 2015 es ideal para hacer el corte, ya que se pueden aprovechar estos dos próximos años para favorecer la evolución de estos jóvenes y tenerlos a punto para 2017, cuando se inicie el nuevo sistema competitivo FIBA para el básquetbol mundial.

¿Qué es muy posible que con los jóvenes Argentina no clasifique para los Juegos Olímpicos 2016? Será muy factible. Sin embargo, tampoco estoy muy seguro de que con los veteranos, todos ellos entre 35 y 38 años, esté asegurado el pasaje a Río de Janeiro. Un torneo de 10 partidos en 12 días no otorga ninguna garantía para un grupo de seis hombres de notoria calidad pero demasiado veterano. Si hay dudas sobre esto, que le pregunten a Ginóbili sus sensaciones del Preolímpico 2011, con cuatro años menos.

El panorama puede ser peor si en 2016 hay que pasar por el Preolímpico mundial, con jugadores un año más viejos.

Por el contrario, si bien será complicado alcanzar la clasificación directa para los Juegos, existen amplias posibilidades de que se consiga uno de los otros tres lugares para el repechaje mundial, que dará las últimas plazas para Río de Janeiro. Esa sería otra excelente prueba para los jóvenes, los que llegarían a 2017 cargando una experiencia muy valiosa.

Para la selección argentina es el momento del cambio y no hay que tenerle miedo a ese cambio. Claro que todo tiene que estar sustentado por un proyecto. Hay que planificar el futuro y buscar nuevos desafíos a través de una estrategia que lleve, con los recursos disponibles y con un trabajo riguroso, a alcanzarlos. ¿Ejemplos? Concentraciones más largas y mayor cantidad de amistosos para entrar en ritmo internacional.

Ponerse a lamentar la ausencia de lo que queda de los campeones olímpicos o compararlos permanentemente con los nuevos valores (y quejarse por las diferencias), estancará a la selección, impedirá su evolución y nos convertirá a todos en desconsoladas viudas de la Generación Dorada.

Mi colega y amigo Bruno Altieri me remarca con insistencia el concepto que Scola, Ginóbili y el resto de esos magníficos jugadores nos legó como ejemplo: el equipo está por encima de cada uno. Tiene razón.

Por eso, y esto lo sostengo yo, llegó la hora de llevar esa idea a la práctica.