Alejandro Caravario 9y

Sangre fría

BUENOS AIRES -- Jorge Miadosqui, vicepresidente de San Martín de San Juan, habló en caliente, como un futbolista más. Quizá un poco aturdido. Pero no tenía un tono beligerante sino de profunda preocupación: "Hay mala intención, esto no fue un accidente", dijo en referencia a la patada con que Agustín Orion le fracturó la tibia y el peroné al uruguayo Carlos Bueno.

Aunque estaba alterado, dijo la verdad. Dio su impresión de la jugada, que coincide con la opinión de la mayoría. Sin embargo, poco después se retractó y le atribuyó a los periodistas, ávidos de polémicas, sus imputaciones al arquero de Boca.

Una pena, porque ante un hecho tan grave, que acaso le cueste la carrera al ex jugador de Belgrano, convendría soslayar la corrección política y las conductas corporativas para llegar a la verdad y expresarla con todas las letras. Una verdad que, como tantas otras, será opinable.

Ahí lo tienen a Orion, por ejemplo, narrando el episodio que lo tuvo por protagonista de una manera diametralmente distinta. "Fue una jugada muy rápida. Él me llevó por delante." Si uno observa con detenimiento la acción, tiende a pensar que Orion, en efecto, intentó voltear a Bueno, que ya lo había superado.

Por supuesto, su intención no era romperle los huesos, sino impedir el gol. Fue un gesto temerario, pero no más que otros que se ven a menudo y que el reglamento traduce de forma piadosa como uso desmedido de la fuerza. ¿Debió prever Orion que un choque a esa velocidad sólo podría concluir en una desgracia? Tal vez. Pero los jugadores piensan antes en mantener el arco en cero. Quizá intuyó que la fortuna estaría de su lado y que el atacante uruguayo apenas rodaría por el pasto. Pero medió la fatalidad. La fatalidad llamada a los gritos por el arquero de Boca, claro.

Mucho se ha meneado en estas horas el prontuario de Orion. Su supuesta sangre caliente, sus reacciones destempladas. Venía de una expulsión por un amago de cabezazo a un rival en el partido ante Temperley.

También se rescató del pasado aquella barrida violenta a Leandro Paredes en un entrenamiento. No había nada en juego y se trataba de un compañero, pero Orion igual perdió los estribos.

De todos modos, creo que este caso poco tiene que ver con el ánimo irascible de Orion. Esta vez, por el contrario, lo que hubo fue un exceso de sangre fría, de cálculo insolidario que invirtió lo que deben ser las prioridades.

Orion evaluó (como evalúan muchos jugadores) que impedir un gol es un cometido supremo por el que se puede pagar un precio alto como la lesión de un colega. Es una consecuencia indeseada, por supuesto, pero que se acepta como probable daño colateral.

No fue una vendetta, la pierna que se escapa descontrolada por la furia o la impotencia. Fue un golpe quirúrgico. Aplicado para abortar una jugada de gol. No se puede pedir más cálculo, mayor grado de abstracción.

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