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La bendición del Monumental

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BUENOS AIRES -- Los hinchas suelen tener una conducta bipolar. Las victorias los tornan eufóricos y las derrotas los convierten en críticos implacables de sus propios jugadores. También son de memoria frágil.

Los héroes de ayer a la tarde pueden pasar a la categoría de enemigo hoy a la noche. Es necesario ganarse el aval cada domingo. Sólo los elegidos están exentos de satisfacer la demanda constante: los ídolos.

Entre los jueces inflexibles que albergan las tribunas de todos los estadios, el público de River tiene fama de ser especialmente exigente. Se le atribuye una conciencia ligeramente aristocrática también llamada paladar negro, que los lleva a vetar a cualquier jugador que, según su opinión, no da la talla para lucir una camiseta tan gloriosa.

La platea San Martín, de donde provienen los temibles murmullos de disgusto ante el error, es considerada el sector más estricto. Por eso llamó la atención el unánime apoyo que el estadio Monumental le tributó a Teo Gutiérrez luego de haber errado el penal ante Godoy Cruz.

El colombiano venía de una cita inolvidable con el infortunio. En el encuentro por la Copa Libertadores frente a Juan Aurich dilapidó innumerables ocasiones de gol. Al punto que estrelló tres tiros en los palos. Por milímetros, los tiros de Teo Gutiérrez no terminaron en la red (sus compañeros tampoco fueron un dechado de precisión) y River empató y padeció un partido que debía ganar por goleada.

Con esos antecedentes, y dentro de un equipo que ha desmejorado sensiblemente y contagia poco entusiasmo a su tribuna, Teo malogra un penal. El colmo. Pero en lugar del silbido, el rezongo o el insulto, el delantero escuchó al estadio entero corear su nombre.

Al rato, como si fuera una moraleja sobre la necesidad de que el público apoye en lugar de putear, Teo devolvió la gentileza al marcar el único gol de la tarde. Un gol que fortaleció la confianza dañada al cabo de cuatro partidos sin victorias.

Es extraña tanta tolerancia, tanta disposición y sensibilidad de parte de la hinchada cuando un futbolista hilvana una serie de desaciertos.

Es verdad que Teo ha jugado bien en River y que ya logró un campeonato bajo la tutela de Ramón Díaz. Pero otros colegas ostentan logros semejantes y sin embargo no le arrancan a su público un apoyo tan explícito, tan contundente.

Es factible, por lo tanto, que entre la gente de River y el jugador estén elaborando un vínculo más intenso, de esos que surgen cada muchos años. Algunos son extraordinarios futbolistas, se los valora en justa medida, pero no llegan a dar ese paso hacia el círculo áulico.

Allí, al duro corazón futbolero, no se accede sólo con recursos técnicos, por más que vengan acompañados de un legajo abarrotado de títulos y el temperamento de un campeón.

Hay algo inefable que produce el hechizo, el hallazgo químico. Algo que Teo, aun con su carácter inestable y sus lapsus de displicencia, parece tener.