Alejandro Caravario 9y

Niveles de la violencia

BUENOS AIRES -- Según parece, impedir que el público asista a los estadios es un castigo que se está extendiendo. De hecho, esta semana, nada menos que seis partidos fueron condenados a jugarse a puerta cerradas, como un vulgar entrenamiento: cinco del torneo de Primera División (San Lorenzo-Lanús, Godoy Cruz-Independiente, Tigre-Defensa y Justicia, Quilmes-Sarmiento y Gimnasia La Plata-River), más uno de la Copa Argentina, Chicago-Defensores de Belgrano de Villa Ramallo.

La oleada punitiva obedece a distintos incidentes registrados en las canchas (algunas sanciones se aplican tardíamente), en un gesto claro de que no habrá tolerancia por parte de los organismos de seguridad.

En paralelo, los dos gremios de los árbitros solicitaron a la AFA que se suspendan aquellos partidos en los que alguno de los protagonistas o auxiliares resulte agredido físicamente desde la tribuna. La gota que colmó el vaso fue el proyectil que lastimó a Germán Delfino en cancha de Atlético Rafaela.

Si bien confinar los partidos a un ámbito casi secreto desnaturaliza el torneo y además no es garantía de que los brotes de violencia se acaben, no deja de ser una señal de que existe preocupación y de que algo, aunque improvisado y superficial, se intenta ejecutar.

La batería de medidas para encarrilar la violencia es más vasta, coordinada y estructural. Y va desde el combate real y legal a las barras bravas hasta la revisión de las instalaciones (¿se acuerdan de la obligatoriedad de que todos estuvieran sentados?) y los mecanismos de prevención (terminar con el negocio policial).

Se trata de una tarea seria que requiere una decisión política firme y genuina. Hasta aquí, la dirigencia del fútbol no se muestra interesada en encarar semejante tarea. Y su coartada se limita a endilgarle tal responsabilidad al Estado.

Si se observa, por ejemplo, la conducta de Noray Nakis resulta inevitable el desaliento. El vicepresidente de Independiente, entró a la cancha a patotear al referí, en un partido de séptima división (sí, séptima) porque entendió que su equipo había sido perjudicado.

Existe un video del penoso momento en que el expresidente de Deportivo Armenio profiere una amenaza confusa y le dice al árbitro "gil de mierda" y otros piropos.

A pocos les sorprende la bravuconada del dirigente, quien nunca ocultó su prepotencia y al que se lo vincula con el vandalismo pago de la hinchada (el ex presidente Javier Cantero lo acusó de "mantener" a Bebote Álvarez, el barra más famoso de Independiente).

Nadie en su sano juicio puede esperar de gente como Noray Nakis la voluntad de controlar la violencia. Por el contrario, él la fomenta, la utiliza como herramienta de poder.

Sería una medida en concordancia con el cierre de las canchas que Nakis recibiera una sanción severa de parte de la AFA, así como una explícita condena de sus colegas.

La reacción de la dirigencia argentina dará un indicio sobre su compromiso en la lucha contra la verdadera violencia y sus promotores más encumbrados.

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