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Se acerca un memorable Final Four

Hubo un momento, justo antes de que la marea volviera, que se sabía: Cualquier cosa que ocurriera después, sería recordada para siempre.

Faltaban 2:35 minutos en la segunda mitad. Kentucky, con todo y sus 37 victorias, cero derrotas, estaban abajo en el marcador de lo que se suponía sería la victoria 38. Notre Dame, superado en tamaño y en cantidad de personal disponible, no solamente ponía a prueba a unos Wildcats invictos y presuntamente imbatibles. El Fighting Irish había, durante 37 minutos, dominado al rival: abriendo espacios, consiguiendo rebotes, controlando el ritmo, logrando todas las grandes jugadas.

Luego, el balón salió de la mano de Jerian Grant. Ustedes podían señalar el momento, congelar esa imagen su menta. Grant quizá estaba a 30 pies del aro, pero se sabía que el tiro entraría. Y no importa qué ocurriría después, sería algo monumental.

Andrew Harrison, guardia de Kentucky, se dio cuenta de una realidad distinta: Esto de hecho está ocurriendo.

"Desesperación", dijo Harrison posteriormente, luego que los Wildcats consiguieron detener dos veces a la ofensiva rival en la segunda mitad, durante los últimos 2:35 minutos. Luego que Harrison metió los dos tiros libres cuando restaban seis segundos. Luego que Grant terminó el juego más observado del torneo NCAA en la historia, tras ser arrinconado, literal y metafóricamente. "No teníamos opción", dijo Harrison, "o perderíamos".

El instante de desesperación de Kentucky no tuvo nada qué ver con el resto del Elite Eight, con el juego que precedió en Los Angeles o los dos que le siguieron en Syracuse y Houston. Pero, también tuvo todo qué ver con él. Esa señal vaga que pudo percibirse -de que algo grande ocurriría, de una u otra forma-tuvo la fuerza necesaria para llegar a todo Estados Unidos. Fue inconscientemente captada por Wisconsin, Michigan State y Duke.

Para el domingo por la noche, la señal había regresado. La estática desapareció y el mensaje era claro.

Tenían razón. Esto será épico.

"Esto", por supuesto, es el Final Four 2015. Épico quizá se queda corto para describirlo.

Exactamente, ¿qué es lo que 64 juegos del torneo NCAA nos han dado? Cuatro coaches integrantes del Salón de la Fama. Con 26 apariciones en el Final Four. Con seis títulos nacionales. Con 2,489 triunfos de por vida en División 1 (O 2,842, si quieren contar el dominante periodo de Bo Ryan en Wisconsin-Platteville, en la División 3, ¿por qué no?). A cuatro grupos de aficionados intensos y conocedores, tres de ellos que viven a corta distancia de Indianapolis, donde los locales ya pueden ver la derrama económica que les aguarda. Son tres sembrados como número uno, además de uno que siempre juega como tal cuando llega marzo.

Y eso es solamente el contexto. En la duela, el último fin de semana del torneo NCAA 2015 parece que fue ordenado por los dioses del básquetbol. Y ellos dijeron, que se den confrontaciones de en sueño, y así fue. Muy buenas.

La única sorpresa, el único peso ligero -Michigan State-recibe ese término de forma relativa. Oh, sí. Recuerden el domingo de selección. De cómo los analistas decían que Michigan State no era lo suficientemente bueno, que no tenía ninguna posibilidad. Pero, al final, siempre se cae en el mismo cliché de todos los años: "Nunca den por muerto a Tom Izzo en el torneo NCAA".

Si hubo algún año para quizá no pensar en ese cliché, fue precisamente éste. Los Spartans quizá forzaron el tiempo extra ante Wisconsin en el juego por el título del Big Ten; quizá debieron haber salido victoriosos. Pero también habían sido irregulares durante gran parte del año, dando un paso hacia adelante y al menos medio paso hacia atrás. Esos Spartans perdieron en cada ante Texas Southern en diciembre. Sí, mejoraron. Pero de todas formas terminaron sextos de una suave Big Ten en puntos permitidos por posesión, y cuartos a la ofensiva.

Naturalmente, en tres juegos consecutivos en marzo, Michigan State dejó fuera a un equipo que llegó a ser favorito al título (Virginia), al mejor equipo defensivo del Big 12 con todo y el mejor jugador de la conferencia (Oklahoma, con Buddy Hield) y, el domingo, en un thriller que se fue a la prórroga, a un equipo talentoso y en ascenso, comandado por una de las mentes brillantes de este deporte (Louisville, con Rick Pitino). La campaña anterior, cuando los Spartans estaban plagados de talento, con jugadores de cuarto año que fueron la única generación en la carrera de Tom Izzo que no llegó al Final Four. Se suponía que esa era la gran oportunidad. Vean ahora. Nunca más se volverán a burlar del cliché.

Una vez que acepten que Izzo de alguna forma logró el mayor truco del torneo, quizá aparezca la tentación de no poner automáticamente a Duke en el juego por el título nacional del próximo lunes -aunque quizá solo de forma leve.

Después de todo, los Blue Devils recién habían efectuado un truco similar. Tras una temporada presumiendo su eficiencia ofensiva, apoyados en los talentos anotadores sin precedentes del pívot de primer año Jahill Okafor, y la eficiencia de los guardias que lo rodeaban, Duke llegará a Indy luciendo casi igual de eficiente a la defensiva. En el triunfo de la final regional del domingo, Duke contuvo a Gonzaga a solamente 14 puntos en los últimos 16 minutos del juego, y a solamente 52 en 59 posesiones. Los Blue Devils todavía no permiten más de un punto por posesión en sus tres juegos del torneo, que incluyeron un salto calculado en el triunfo del viernes 63-57 sobre Utah. Pero, ¿Gonzaga? El grupo de Mark Few era uno de los cuatro mejores equipos a la ofensiva, con tamaño y profundidad, además de un anotador que tiene calibre de All-American (Kyle Wiltjer) y alguien con poderes telekinéticos (Kevin Pangos) que destrozó a los rivales con sus pick-and-rolls toda la temporada. El 26 de febrero, Duke permitió que Virginia Tech -equipo de apenas 11 triunfos-metiera 86 puntos en 66 viajes.

Con defensivas como esas, los Blue Devils no podrían ni deberían ganar en el torneo. Al menos, no podrían vencer a Kentucky -siempre y cuando la confrontación de ensueño por el título nacional llegue a concretarse.

Pero ahora podría darse. Ahora, Duke podría ir paso a paso contra Kentucky. Pero, antes de que podamos descubrirlo, los Blue Devils tienen el ligero detalle de contener a un encendido Michigan State. Y, por cierto, los Wildcats tienen que superar a la madre de todas las consecuencias en el sorteo del Final Four: Wisconsin, otro sembrado número uno.

El genio anotador de los Badgers a menudo ha sido sublime en 2014-15. Ellos dominaron fácilmente al Big Ten, y no era sorprendente verlos conseguir estadísticas deslumbrantes por cada posesión. Y luego, en el triunfo del sábado en el Elite Eight sobre Arizona, ellos flotaron por encima de las leyes de la física. Anotaron 1.68 puntos por posesión en la segunda mitad del sábado. Acertaron 79 por ciento en tiros de campo, y 83 por ciento en triples. Arizona, la mejor defensiva no llamada Kentucky ni Virginia, retó a los tiros de Wisconsin en todo el juego. Pero no importó: Wisconsin metió seis de siete intentos de triple que fueron retados, incluyendo la ya famosa Daga de (Sam) Dekker.

Dekker es uno de los dos jugadores de Bo Ryan que pudo marcharse a la NBA luego del torneo el año pasado. Frank Kaminsky es el otro. Kaminsky pasó toda la temporada como un favorito para ganar el Premio Wooden; Dekker ha elevado en postemporada su ya excelente nivel de juego. Y Nigel Hayes, cuando no está torturando a los estenógrafos con su aparente vocabulario sin límite, es otro de los jugadores de Ryan que tiene tamaño, atleticismo y excelente puntería.

¿Por qué Dekker y Kaminsky despreciaron a la NBA? Seguro, para pasar otro año con los amigos, pero también por el dolor. Hace un año, tenían vencido a Kentucky, a duras penas. Pero Aaron Harrison, de los Wildcats, metió ese triple espeluznante de larga distancia, que dejó a Jackson descorazonado a mitad de la duela. Cada día desde entonces, Wisconsin ha estado enfocado a volver al Final Four-y desquitarse ahí de los Wildcats.

Ahora, tienen su oportunidad.

Por supuesto, no son los Wildcats del año pasado. Esa versión de los Wildcats tuvo una campaña caótica antes de volverse trascendentes en marzo. Los Wildcats de este año nunca han bajado el switch de la trascendencia. Marchan invictos y quizá han escuchado algo acerca de eso. Pero, por supuesto que lo han escuchado, porque desde que los Harrisons, Willie Cauley-Stein y Dakari Johnson (y más) dijeron que volverían un año más, Calipari ha estado por encima de todo el básquetbol universitario como un general conquistador: inspeccionando, implementando, dominando. Sus jugadores, como dice, son sus refuerzos: los tanques vienen bajando por la colina.

Kentucky es el mejor equipo defensivo de esta temporada, y muchas campañas previamente. Es casi igual de bueno a la ofensiva. Tiene a la potencial primera selección global del draft (Karl Anthony-Towns). Es un equipo nada egoísta, balanceado, enfocado e inmune a las distracciones. Quizá también sea el mejor equipo en los momentos claves: En los 47 minutos finales con marcador reñido -cuando el score no tiene diferencia mayor a cinco puntos, en los últimos cinco minutos de la segunda mitad o del tiempo extra-ha anotado 1.32 puntos por viaje, y ha permitido apenas 0.84. Si de alguna forma logran darle pelea a Kentucky los primeros 35 minutos, ellos los despedazan en los últimos cinco.

En este caso, si no se han enterado, marchan 38-0, a dos triunfos del 40-0, a dos pasos de la inmortalidad.

Solamente ha habido una pregunta que vale la pena efectuar de la campaña 2014-15: ¿Qué podría detener a los Wildcats? Las respuestas siempre han sido titubeantes y con precaución. Pero también han sido consistentes.

Wisconsin. Y Duke.

Si los Wildcats quieren esas últimas dos victorias -y vaya que sí las quieren-tendrán que ganárselas.

Eso, al final, fue lo que el tiro de Grant fue una señal de la situación épica que se aproximaba. Por una ocasión, cuando realmente importaba, Kentucky lució normal. Humano. Cuando el tiro de Grant salió hacia la canasta, Ivan Drago sufrió su primera cortada real de la pelea. Los Wildcats no eran una máquina. Eran hombres.

Para entonces, Wisconsin ya tenía su parte del acuerdo. Un día después, Duke lo obtuvo también. Las confrontaciones de ensueño llegaron a tiempo. Y aquí estamos. En Indianapolis. Con Kentuky invicto. Con una meta histórica. Como siempre lo supimos. Pero ahora las cosas también son distintas. Ahora, gracias a Notre Dame, vimos a Kentucky debilitado. Lo vimos desesperado.

Hemos visto que este próximo fin de semana -en el Final Four 2015, el mejor que pudo haberse producido--, nada puede darse por hecho.

Por favor. ¿Qué otra cosa podría ser más épica?