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Verdaderos Tigres

Finalmente, River entró por la ventana en los octavos de final de la Copa Libertadores. Cumplió con su parte: le ganó al accesible San José en el Monumental (su primera victoria en el certamen), pero recibió una ayuda inestimable de parte de Tigres de Monterrey.

Los mexicanos, en un partido de fábula que terminó 5-4, bajaron a Juan Aurich y fueron coautores de la resurrección del equipo de Gallardo.

De hecho, a medida que el triunfo de River se consolidaba (en los comienzos del segundo tiempo), el público trasladó su atención, a través de la radio, a la cancha de Chiclayo. Allí se definía su suerte.

El fútbol sigue siendo una usina de rumores conspirativos, cuando no de veladas imputaciones de corrupción. En especial la Copa Libertadores.

Son célebres, por caso, las supuestas valijas de dinero que llegarían hasta los hoteles de los árbitros, enviadas previsoramente por ambos rivales.

Según estos recurrentes relatos, los referís sudamericanos tendrían que figurar en el tope del ranking de la revista Forbes.

También se habla a menudo de astucias antideportivas para perjudicar a un tercero, como en esta ocasión.

Tigres, ya clasificado (por mérito propio, nadie le dio una mano, por caso desde Buenos Aires), decidió preservar titulares para el clásico de Monterrey en el torneo mexicano.

Hizo lo que hubiera hecho cualquier equipo de los países, como la Argentina, donde se estima la alternancia de futbolistas porque se sobreestima el esfuerzo físico de los atletas.

Para colmo, el entrenador de Tigres, Ricardo "Tuca" Ferretti, dijo que prefería no enfrentar a River en la llave definitoria, una confesión muy razonable que sin embargo indujo a pensar que su equipo no le iba a jugar muy en serio a los peruanos.

Pero no hubo "derrota digna" (como la que fue a buscar San Lorenzo ante el Real Madrid), no hubo acuerdo tácito entre Tigres y Juan Aurich para montar un partido ficcional que clasificara a ambos.

Qué costaba. Ha sucedido otras veces. Los jugadores saben dormir la pelota o ceder el paso. Fingir una competencia cuyo resultado está acordado de antemano.

Esa clase de pantomima era el temor de River. Y algunas frases provenientes del club abrieron el paraguas con la intención de ejercer presión.

Pero los suplentes de Tigres se despacharon con una partidazo. Hicieron un esfuerzo del que, con la clasificación en la mano, podrían haberse privado.

Dieron vuelta el resultado y luego estuvieron a punto de sacar más ventaja (en realidad, podían haber terminado 9 a 9). Buscaron hasta el final. Había algo más que profesionalismo en esa empresa. Entusiasmo genuino. Compromiso.

Siempre es gratificante contrariar los pronósticos ominosos. Todos sabemos que el fútbol no es un mundo de almas bellas (no existen mundos así). Pero a veces se impone la sencilla verdad de un equipo lanzado a ganar. La única conveniencia de jugar mejor.