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Cambios que no cambian

BUENOS AIRES -- "Mejor perder hoy", dijo el entrenador de River, Marcelo Gallardo, en un reflexión que seguramente comparte con la totalidad de los hinchas de River. Mejor resignar un título, la Supercopa, ante Huracán, cuyas consecuencias se agotarán en cuestión de horas, que caer en alguno de los próximos duelos ante Boca.

Es que River vive una larga vigilia. Y lo que suceda hasta la trilogía de Superclásicos es secundario. De todos modos, el entrenador no puede menos que preocuparse ante algunos indicios que dio su equipo.

En principio, Huracán, que venía de un golpe dramático en Venezuela (0-3 ante un adversario débil como Mineros que lo dejó fuera de la Copa, la gran ilusión del año), pareció sobrepuesto, entero de ánimo como para desarrollar su libreto sin inhibiciones, sin sentir la sombra que presuntamente debería proyectar un equipo de mucha mayor envergadura.

Los dirigidos por Apuzzo impusieron un juego sencillo, elegante y profundo con absoluta autoridad. Luego, con los músculos fatigados, se refugiaron sin ambages cerca de Marcos Díaz para proteger la mínima ventaja. River, en cambio, no reflejó su momento ascendente. Muy permeable en defensa, supo tener la pelota pero careció de imaginación para encadenar acciones de peligro. Sólo llegó en la segunda parte, pero en forma de arrebatos.

El mayor problema de River, se dice, es un plantel corto. Sin grandes figuras -salvo Cavenaghi- para el recambio, y con una generación de juveniles que todavía no está en su punto de madurez. Pues bien, frente a Huracán quizá se haya confirmado esta hipótesis. Las alternativas no fueron tales. Los cambios no cambiaron nada de manera positiva. Y el nudo de este déficit tiene que ver con un relevo del que el DT esperaba mucho y que dio muy poco, Pity Martínez.

El ex-Huracán jugó, a diferencia de Pisculichi, volcado sobre la franja izquierda. Y tuvo la gran responsabilidad, incluso superior a la de su reemplazado, de encabezar casi todos los ataques de River. Un equipo con un generoso abanico de recursos, decidió concentrar sus esfuerzos en la velocidad y la habilidad de Gonzalo Martínez, cuya destreza no está en duda, pero que no se caracteriza por el pensamiento estratégico. Impreciso, apurado, metió desbordes para buscar el centro, pero su incidencia en el funcionamiento del colectivo no fue la que le corresponde a un armador. Quizá Martínez no lo sea, pero esa es la tarea que le encomendaron.

River venía exhibiendo una merma en su gestión creativa por el bajón de Pisculichi, al que se veía menos participativo y sin la velocidad requerida en partidos de máxima intensidad. Sus virtudes para pegarle a la pelota habían terminado por definirlo como un ejecutor de tiros libres. Martínez es una alternativa tan interesante como necesaria en este River, que está reclamando ajustes a los que el técnico se resiste o no se decide. El encuentro ante Huracán es sólo una prueba. En apenas 90 minutos no se puede juzgar a un futbolista, desde ya. Pero las señales no han sido favorables.

Tal vez Gallardo tiene razón en su instinto conservador. La novedad, por lo menos en esta ocasión, no trajo nada nuevo.