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Mayweather, el último en su clase II

Las redes sociales fueron lapidarias en su primera reacción tras la llamada pelea del siglo y se repitieron palabras o frases parecidas: "decepción", "fraude", "fuimos engañados". La decepción tuvo el rostro anónimo de miles de mensajes y comentarios, pero nada era desconocido antes. Fuimos muchos los analistas que hablamos de esa posibilidad. ¿Pelea o fiasco del siglo? A mi juicio no fue ni una cosa ni la otra, más bien, la mayor decepción partió del rechazo que el mejor Libra por Libra se ha ganado entre los fanáticos de todo el planeta, por más de una razón. Su estilo aburrido de boxeo, su estilo de vida o el manejo inadecuado, a veces, de su imagen pública.

El propio recinto de la batalla, con su abucheo previo a Floyd, los silbidos ante cada una de sus carreras laterales y el silencio posterior a su victoria, fueron una muestra clara que la mayoría no fue a verlo ganar o la mayoría que pagó para verlo, lo hizo con la esperanza de verlo perder. O, tal vez, modifiquemos la ecuación para que diga lo mismo pero de diferente manera: la mayoría deseaba ver ganar a Pacquiao. Para muchos, todo se circunscribe a que "otra vez Floyd se salió con la suya y se quedó con nuestro dinero". Es la única manera de explicar la razón de su éxito, tomando en cuenta su elevado número de detractores. No lo queremos, no gusta su estilo, pero somos los primeros en pagar para verlo. ¿Quién lo explica? Ante esa pregunta, debo recurrir al archivo de columnas y encontrar la explicación en mi reacción tras la segunda pelea de Floyd contra Marcos Maidana en septiembre de 2014.

La nota se llamó "Mayweather, el último en su clase" y reproduciendo apenas uno de sus párrafos, es posible entender la razón de las absurdas contradicciones que genera un campeón que aumenta su éxito basado en el reclamo de sus detractores.

"Floyd es un prestidigitador, un mago de las luces, un histriónico creador de falsas hazañas, que ha logrado convencer a muchos de que su boxeo es la verdadera esencia de este deporte. Su boxeo avaro y de carreras laterales. Su boxeo tacaño de dos o tres golpes certeros con técnica pero sin potencia, apenas útil para ganar en las tarjetas. Su boxeo cómodo, de rapidez para huir a todos los acosos, su boxeo que transforma en sublime el arte de escabullirse, su elocuencia gestual y hasta el largo trabajo promocional previo a cada actuación, han conseguido traer al boxeo a otro tipo de fanático. Un fanático responsable del impresionante éxito económico de la última década del boxeo y que lo ha tenido a Floyd como el campeón en las ganancias".

Y de eso se trata lo sucedido el pasado fin de semana. Hubo muchos decepcionados, es verdad, pero esos decepcionados ya se olvidaron de su decepción. Solo aparecieron porque fueron llamados a ser parte de un evento que, aunque aburrido y carente de emociones, fue histórico. Como históricos son los Super Bowl de la NFL, o las finales de la NBA o los campeonatos mundiales de futbol. Cuando ellos ocurren, nacen como hongos los especialistas repentinos o los anónimos entendidos que inundan los foros y las redes sociales, como parte del color en toda fiesta deportiva. En esa crónica del "ultimo en su clase" me referí al tema en otro de sus párrafos.

"A los 37 años, Floyd se mantiene como un negocio en sí mismo y sigue atrayendo multitudes, como moscas hipnotizadas por la luz fosforescente hacia la que vuelan para estrellarse sin comprender la razón. ¿Cómo se explica?" Esa pregunta, bien coincide con las reacciones posteriores al 2 de mayo. ¿Quién explica su éxito? En la misma columna está la respuesta: "Mayweather trajo al negocio la figura preponderante del campeón supremo según la repercusión del show y nunca la de su destreza boxística"

Y la respuesta, esta vez, se ajusta como anillo al dedo al papel de Mayweather, pero también al papel que lo cupo a su rival: Manny Pacquiao. Que no cumplió con lo que esperábamos y peor que eso, alegoó que subió a pelear lesionado. O sea, asume que nos mintió en su condición física y subió a perder una pelea donde todos querían que ganara o al menos, que asumiera el riesgo de intentarlo.

La buena noticia, pese a todo, es que la pelea del sábado fue tan decepcionante que hasta el fanático ocasional ahora habrá comprendido finalmente cuál es su responsabilidad, cual es la exigencia que debe poner como requisito fundamental para participar de un show como espectador y ser en definitiva el que paga la fiesta. El fanático siempre debe exigir emociones por encima de resultados y más allá del mal que estas peleas le provocan al negocio, hasta es posible que le hayan hecho un bien. Porque Floyd ya cumplió con su muy bien elaborado trayecto hacia la gloria y se va, felizmente se va de este negocio.

Eso también estuvo en la columna sobre "El último en su clase al referirme al fin de la carrera de Floyd: "Su salida del escenario mundial abrirá un enorme espacio al boxeo que todos queremos ver. El que se atiene a las reglas del espectáculo y también a las reglas del sentido común. Peleas de verdad, con gladiadores sedientos de gloria, con guerreros dignos de aplaudir, aún en la derrota. El boxeo de sangre, de raza, de técnica sin renuncias al intercambio, de no dar pelea por perdida, el de caer y levantarse. En definitiva, el boxeo de valientes, el único que debe existir."

Un amigo, con el que suelo trabajar a diario, en su herramienta de comunicación habitual tiene estampada una frase que bien se aplica al consejo que se le debe dar a cada fanático ocasional de este deporte: "Aquellos que olvidan el pasado, están condenados a repetirlo".

La pelea de Mayweather, ya es pasado. Es bueno ahora dar vuelta la página, pero parafraseando a la frase mencionada, es necesario retener en nuestra memoria la frustración de un espectáculo que no llenó nuestras expectativas para no volver a ser cómplices de otro similar. Como lo dije en la anterior columna sobre el "El último en su clase", debo repetirlo en esta:

"Lo de Floyd es tan nocivo que el futuro no permitirá ejemplos parecidos. Quien quiera ser el mejor, deberá ganarle a los mejores. La propia gente, el propio fanático castigará con su indiferencia a quien rompa ese equilibrio. Ni siquiera el fanático ocasional, el que no entiende el boxeo y le da lo mismo queso que mortadela, tendrá también consciencia clara sobre lo que significa emoción y pasión en este deporte. Porque cuando todos hablemos de falta de emoción, cuando hablemos de boxeo tacaño, cuando busquemos un ejemplo claro de lo que no queremos para este deporte, todos recordaremos a Floyd Mayweather. Y ese día, nos alegraremos de que haya sido el último "en su clase".