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Continuidad o cambio

BUENOS AIRES -- El dilema de River tiene cierto parentesco con las consignas electorales que se escuchan con vistas a la votación presidencial en la Argentina. Continuidad o cambio, se debate sin demasiada originalidad, toda vez que se trata de un planteo forzoso a determinada altura de cualquier proceso.

Pues bien, River está a esa altura. A punto de jugarse la supervivencia en la Copa Libertadores ante Boca y luego del trago amargo de la Bombonera, es lógico que a Marcelo Gallardo lo ataque el revisionismo.

Quizá el DT no pueda explicar cabalmente por qué antes, en 2014, jugaban tan bien y ahora el equipo no es ni la sombra de aquel del comienzo de ciclo. En la emergencia, todos nos tornamos conservadores. De modo que posiblemente Gallardo esté pensando en cómo neutralizar a un rival que en la actualidad demuestra mayores recursos y superioridad anímica, antes que en reverdecer el toque elegante y eficaz que caracterizaba a River.

El antecedente más inmediato indica que River es muy permeable defensivamente: Mammana no respondió al desafío del clásico, Vangioni jugó un partido horrible (dubitativo en exceso para un hombre de su experiencia) y sólo la zaga central se desempeñó en términos aceptables. Las variantes que se barajan son la vuelta de Funes Mori (por Pezzella o por Vangioni) y el ingreso de Mayada como marcador de punta derecho. Aunque esto implicaría improvisar un defensor, riesgo que acaso no se atreva a afrontar Gallardo.

Por las rendijas del entrenamiento blindado para la prensa también se filtró la versión de un doble cinco, con Ponzio reforzando la tarea de Kranevitter. Así las cosas, Gallardo estaría más volcado al cambio que a la fidelidad al modelo que él mismo impuso con gran éxito. No hablamos de un cambio de nombres sino de actitud. De un nuevo libreto para un equipo que se juega todo en 180 minutos y cuyos resortes ofensivos históricos no reaccionan.

Sería una equivocación rotunda y difícil de creer en un hábil estratega como el entrenador de River, quien además tiene un ideario claro y coherente. Al margen del ajuste de nombres (Rojas y Vangioni podrían descansar, es casi imperioso que lo hagan, así como, muy atinadamente, salió del equipo Pisculichi), River debe retomar su confianza con la pelota, su esmero en la elaboración, su búsqueda de sorpresa en el tramo final de la cancha. Sin perder la paciencia, sin delegar la tarea en la tómbola de la "pelota parada" como está tentado de hacer tantas veces.

Las vacilaciones defensivas no habría que resolverlas con más jugadores abocados a esa gestión, sino adelantando la última línea, tirándole el equipo encima al rival. Restándole metros y haciéndole sentir que está en casa ajena. Que tendrá que pelear muy duro por la iniciativa, es decir por cada pelota. Una agresividad inteligente, basada en el buen pie, con más circulación que centros inciertos y más posesión que espera suenan como armas más adecuadas para el trance.

El cambio más razonable es recuperar la identidad hoy descolorida.