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Un chiste inoportuno

BUENOS AIRES -- Todavía seguían escuchándose en todas partes las voces de asombro e indignación sobre lo ocurrido el jueves pasado en la Bombonera -y había comenzado a desplegarse la investigación judicial- cuando los jugadores de River tuvieron una idea desconcertante: sacarse una foto en la que cargaban a Boca por su eliminación en la Copa Libertadores.

Como todos recuerdan, el plantel que conduce el Vasco Arruabarrena había hecho circular una imagen de vestuario en la que todos los futbolistas enseñaban la palma de la mano, en alusión a los cinco goles convertidos a su clásico rival durante el verano.

Ahora los futbolistas dirigidos por Marcelo Gallardo -quien criticó enérgicamente el supuesto chiste- posaron con los dedos en v de victoria. Pero no era su intención imitar el saludo peronista sino subrayar el número dos. Porque en dos ocasiones -en la Sudamericana y ahora- River dejó en el camino a Boca en un torneo internacional.

A instantes de que se cuestionara la actitud insolidaria de los jugadores de Boca por no cerrar filas con sus colegas de River en la retirada de la Bombonera, los propios futbolistas damnificados deciden avivar el fuego con un gesto que demuestra una memoria frágil. Y una incomprensión absoluta de los problemas del fútbol.

Al ver la imagen sonriente, socarrona, de los jugadores uno no puede menos que pensar que olvidaron todo lo ocurrido en el partido. Que olvidaron las lesiones provocadas por el gas pimienta, el espectáculo trunco y el triunfo en los escritorios de la Conmebol que no da para sacar pecho.

Cómo es que no advierten que la compleja violencia del fútbol y el poder inusitado de las barras, que emergió una vez más en cancha de Boca, se legitima y se alienta con actitudes como las de la foto.

El presunto folclore, las presuntas expresiones simpáticas de la rivalidad no aderezan el show sino que estimulan la maquinaria violenta. En todo caso, si algunas almas ociosas deciden publicar afiches como colofón de cada clásico, allá ellas. Y allá los medios en su responsabilidad de propalarlos como si fueran la quintaescencia del ingenio popular. Pero los futbolistas no deberían caer en esas tentaciones.

Cuando la lógica extrema de la barra anticipa que si pierde Boca no va a salir nadie de la cancha (no se trata de una bravuconada, sino de un plan), es evidente que se necesita rebobinar la película y devolverle al fútbol su carácter de bien común.

Hoy por hoy, como quedó demostrado con el partido suspendido el jueves, las barras tienen sobre este patrimonio cultural una incidencia desmesurada y altamente peligrosa. Culpa de los clubes, del público que aplaude sus rituales y, por supuesto, de los jugadores. Que para no malquistarse con ellas también celebran sus arbitrariedades y se sacan fotos inoportunas y provocadoras como la que nos ocupa.

Los jugadores no son hinchas. Posar de tales en las actuales circunstancias no es una indolora vocación demagógica. Los hace cómplices del desastre.