<
>

Cuando la barba se desmorona

Los Houston Rockets se quedaron a las puertas de dar la sorpresa en el Oracle Arena. Los pupilos de Kevin McHale lucharon, sacaron los dientes, demostraron que no van a ponerle las cosas fáciles a los Golden State Warriors. Un partido soberbio de James Harden (38 puntos 10 rebotes y nueve asistencias) mantuvo a los texanos con vida, pero la excelencia se fue al traste en la última jugada. Hasta entonces había sido una cuestión de orgullo, de ansias por destacar y arrimar a los suyos a la victoria.

Pero no fue suficiente. Casi logra el triple-doble, otro más para la cuenta, ya logró uno durante la postemporada, que se suma a los cuatro que firmó en la campaña regular. Y de nuevo quedó en segundo lugar, como en la carrera hacia el Jugador Más Valioso, como en su pugna por arrebatar el favoritismo a unos Warriors que fueron capaces de llevarse el gato al agua de nuevo en el Juego 2 (99-98). La ventaja es casi insalvable, no por las matemáticas, sí por la capacidad de los californianos en destacar, en defender su feudo y en aguantar las bofetadas de sus rivales.

Harden brilló y dio alas a sus compañeros, pero Stephen Curry (33 puntos y seis asistencias) no bajó del carro al que lleva subido en los últimos tres partidos, en los que no ha tenido un balance inferior a 32 puntos. Otro festival de triples le avalaron (5-de-11), otro repertorio de jugadas inclasificables y de apariciones en momentos clave. Su par no pudo sacar tajada de la última posesión y ahí acabó la historia de este segundo partido.

Fueron el propio Curry y Klay Thompson (13 puntos y cuatro rebotes) los encargados de defender al escolta de Houston antes de que la pelota se le escabullera de las manos. Y así se escapó el último suspiro, con un Harden que acabó con la barba rozando la duela y en la soledad de la impotencia. De qué sirve rozar el triple-doble si no consigues alzar a tu equipo con una victoria que hubiera resultado clave.

El escolta fue capaz de equilibrar el partido tras comandar una remontada de 17 puntos en el segundo periodo y Curry le dio gasolina a los Warriors en el último cuarto. Ahí está la diferencia. En que los californianos fueron capaces de vencer el Juego 1 tras remontar 16 puntos en contra. Los Rockets no pudieron repetir la machada este jueves.

Tampoco hubo momento épico con la reaparición de Dwight Howard (19 puntos y 17 rebotes), que jugó con la rodilla izquierda protegida por el esguince que le persigue desde el primer encuentro de esta serie. La limitación fue evidente a pesar de darlo todo por los suyos. Y así, sin comerlo ni beberlo, los Rockets no han sido capaces de ganar ninguno de los seis partidos que llevan disputados contra el que se erigió como el mejor equipo de la Conferencia Oeste durante la temporada regular. La última vez que lograron salir airosos fue en diciembre de 2013. Se dice pronto.

Viendo las cosas desde esta perspectiva, haría falta un milagro para que los texanos puedan llevar a las Finales de la NBA. Dos partidos por detrás de sus rivales son una losa demasiado pesada. No es casualidad que los pupilos de Steve Kerr sean capaces de llevarse la victoria siempre que tienen una diferencia a favor de al menos 15 puntos (54-0), tampoco que hayan logrado que su feudo sea casi implacable. Sólo se les ha escapado un partido ante su afición en la postemporada (Memphis Grizzlies) y de los 48 que disputaron en la campaña regular regalaron tan solo tres. Los Warriors mantienen la ventaja de campo, una renta demasiado rotunda y contundente como para pensar que no van a llegar a las Finales.

Y es que dejando a un lado las virtudes de los Warriors, cuando la barba se desmorona, los Rockets dejan de tener argumentos sólidos.