Jordi Blanco | Corresponsal 9y

Luis Enrique es el gran triunfador

BARCELONA -- Luis Enrique y Pep Guardiola fueron compañeros, son colegas pero no son amigos. Se tienen un tremendo respeto e incluso un punto de admiración recíproca, pero la amistad es un punto al que nunca han llegado. Quizá por ello Pep jamás le trasladó a Lucho, cuando dirigían al primer equipo y filial del Barça respectivamente, su extrañeza por la alegría con la que los jugadores del segundo equipo acudían a sus llamadas para que entrenasen con los profesionales. No era la habitual ilusión… Se sentían liberados de la dureza con la que les trataba el asturiano.

Luis Enrique era conocido en el Miniestadi como Ironman, por su afición a ese deporte extremo pero, por encima de todo, por la exigencia física que trasladaba a sus jóvenes jugadores. Permaneció tres cursos en el segundo equipo azulgrana y tras ascenderlo en el segundo logró la mejor clasificación liguera en Segunda División en 2011. Nolito, Jonathan Soriano, Jona dos Santos, Fontas o Rafinha mantienen un recuerdo magnífico de su paso por el Barcelona B. Otros, Deulofeu principalmente, nunca dirían lo mismo…

Al cabo de 124 partidos en el segundo equipo, de 42 al frente de la Roma y de otros 40 dirigiendo al Celta, en el verano de 2014 el asturiano fue el entrenador elegido por Andoni Zubizarreta para recuperar futbolística y mentalmente al Barcelona. Para algunos llegó con dos años de retraso, por cuanto habría sido el sucesor natural y lógico de Guardiola como lo había sido en el filial. Para otros su elección era una bomba de relojería a cuenta de su carácter; para el resto, la mayoría, era un nombre ilusionante. “Cualquier cosa después del Tata” se llegó a escuchar.

El pasado sábado Luis Enrique fue aclamado en el Camp Nou, donde este fin de semana puede conquistar el doblete y siete días antes de cerrar la temporada en Berlín, quien sabe si con un triplete legendario, el segundo en la historia del Barcelona y convirtiendo al club azulgrana en el primero que lo consigue dos veces. Con Lucho en el banquillo. Aclamado e indiscutido. Triunfador.

Pero la historia no es tan simple y feliz…

Julio de 2014. “El líder soy yo”. Fue una de sus primeras sentencias en la sala de prensa, haciendo ver que en el vestuario quien mandaba era él. Y fue una frase que no gustó entre una plantilla a la que Guardiola siempre había elogiado o Martino admirado. Luis Enrique se presentó mostrando músculo y pronto se comprobó que su relación con los futbolistas no tendría nada que ver con el pasado.

“Es reservado, pero su puerta siempre está abierta. No es muy próximo con los jugadores, pero siempre se puede confiar en él”. Así le diagnosticó en la Navidad de 2014 Jonathan Soriano, quien se hinchó a marcar goles bajo su mando en el Barcelona B y en las cuatro últimas temporadas suma 127 dianas en 142 partidos oficiales con el Red Bull Salzburg, dominador absoluto de la Liga en Austria.

Soriano daba la cara por él cuando en el entorno del Barça ya crecía un run-run respecto a la poca sintonía de Luis Enrique con varios de sus jugadores, Messi principalmente. El equipo azulgrana se fue de vacaciones en diciembre habiendo ganado 19 de los 24 partidos disputados, clasificado para los octavos de Champions y en la quinta ronda de Copa del Rey… Pero con el Madrid liderando la Liga, con el Madrid campeón del mundo y con Cristiano Ronaldo desatado: 33 goles en 25 partidos oficiales.

El virus merengue amenazaba la salud azulgrana y Luis Enrique enfermó de manera bestial al comenzar el 2015. El día antes de jugar en San Sebastián, 3 de enero, el entrenador y Messi discutieron a gritos en el entrenamiento, el 4 de enero Leo fue suplente en Anoeta, como Neymar, y el Barça perdió 1-0 ante la Real Sociedad. El 5 de enero el argentino se saltó el entrenamiento dedicado a los niños en el Miniestadi y Luis Enrique quiso abrirle un expediente…

Y aquella misma tarde del 5 de enero Bartomeu fulminó a Zubizarreta para convocar elecciones dos días después y comenzar una rueda de conversaciones con posibles sustitutos del entrenador, que vivía sus peores momentos en el club.

El 8 de enero el Barça golea (5-0) al Elche en Copa ante apenas 27 mil espectadores que ovacionan a Messi y sentencian a Luis Enrique. Pero el gran cambio ya se ha producido en el interior del vestuario. Xavi, el capitán, se cita con Iniesta, Piqué, Busquets y Leo y al encuentro acude también Mascherano. “Todos estamos en el mismo barco. Y todos debemos remar juntos” vienen a decirle, a pedirle, a la Pulga.

Leo atiende y entiende. Y asiente. Y decide frenar en seco su guerra. Luis Enrique no será su amigo, ni su confidente como un día lo fuera Guardiola, ni nada parecido, pero si el entrenador le respeta y ‘le deja tranquilo’ él volverá a conducir al Barça.

El 11 de enero Neymar, Suárez y Messi marcan los tres goles con los que el equipo azulgrana derrota al Atlético y su imagen, celebrando, da la vuelta al mundo. A partir de ahí, y hasta hoy, el Barcelona ha sido otro.

El saludo entre Luis Enrique y Messi el último sábado en el Camp Nou sería un argumento de peso para explicar la paz entre el entrenador que aparcó su liderazgo y el crack que enterró su mal humor. A finales de mayo en el coliseo barcelonista se corea el nombre de Luis Enrique con la misma naturalidad que el de Messi.

Al cabo de los meses el asturiano se ha ganado el respeto de su plantilla, que no es poca cosa, el aprecio de los hinchas, impopular como fue hace cinco meses, y la confianza de la junta directiva, que no le sentenció en aquella crisis de enero porque, simplemente, no encontró el entrenador adecuado para tomar las riendas del equipo. Ni, tampoco, un secretario técnico de urgencia y dispuesto a sustituirle si los resultados no remontaban.

La memoria en el fútbol, sin embargo, es efímera… Y hoy Luis Enrique es un triunfador.

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