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¿Todavía hace falta que Lionel Messi salga campeón del mundo?

BUENOS AIRES -- A la hora de escribir sobre el Barcelona, da la sensación de que la historia termina siendo la misma, una y otra vez: hay que hablar de un equipo que, tarde o temprano, consigue quebrar a sus rivales, sea por funcionamiento colectivo o desde la jerarquía individual, y en muchas ocasiones, por ambas vías.

La final de la Copa del Rey no fue la excepción, ya que ante Athletic de Bilbao, Barcelona hizo el partido al que nos tiene acostumbrados. Monopolizó la pelota hasta que, por decantación, termina encontrando los huecos, pero al mismo tiempo, la clase de sus jugadores apareció tanto en las jugadas decisivas como en las banales.

Está bien a la vista que, al contar con tres delanteros tan desequilibrantes como Messi, Suárez y Neymar, tiene soluciones individuales siempre a mano para hacer la diferencia cuando lo colectivo no alcanza. En general, todo se reduce a esperar el momento: ¿cuándo se van a despertar, cuando se van a juntar? Pero las grandes condiciones técnicas no aparecen solamente en esos momentos decisivos, sino también en las situaciones de juego más sencillas y aparentemente sin importancia.

Cómo no valorar también gestos técnicos como los de Ter Stegen, un arquero capaz de recibir un pase atrás y, sin dominar la pelota, meter un pelotazo preciso de 50 metros con su pie menos hábil. En ese funcionamiento sin errores radica también la clave del éxito de un equipo, cuando para cada pase, cada relevo, cada marca se elige y se ejecuta la mejor opción posible, de la mejor manera posible. Porque los jugadores del Barcelona lo hacen parecer sencillo, pero en el ejemplo de arriba queda claro que sin perfección técnica, el pase del arquero podría terminar de la peor manera.

Y claro, cuando esa ejecución impecable sucede de la mitad para adelante, es cuando los partidos se inclinan de manera irremontable hacia el lado del Barcelona. Sobre todo cuando quien entra en acción es Messi. Nos ha acostumbrado tanto a sorprendernos que cuesta encontrar palabras cuando lo vuelve a hacer... y eso pasa muy seguido. Como en la jugada del primer gol, cuando arrancó de cero a 100 en pocos metros, pasó entre tres rivales pese a estar encerrado contra la línea, hizo pasar de largo a un cuarto con un enganche y definió al primer palo para seguir sumando goles inolvidables a una ya extensa colección.

No por nada Messi es el jugador más dominante de su época: los defensores tienen miedo de quedar en ridículo si salen a buscarlo, y ese temor hace que muchas veces no lo enfrenten con decisión. Con lo cual ambos caminos conducen al mismo lugar, sea porque lo salen a buscar o porque dudan, terminan provocando que Messi explote su mejor recurso, la enorme habilidad con la pelota en los pies a máxima velocidad.

Pero no hablemos más de Messi, que ya con el título de esta nota alcanza. Hace años que lo vengo diciendo y algunos todavía siguen sin convencerse y le piden que gane un Mundial...

Porque sus dos compañeros de ofensiva pueden ser más lentos que él con el balón, pero sin dudas son más rápidos sin ella. Y eso les permite generar peligro moviéndose por toda la zona de ataque para arrastrar marcas, cuando no entran en diagonal para buscar el pase cortado que les permita ganarle la espalda a defensas muy cerradas.

A Neymar se lo ve más cómodo con espacio, pero también tiene habilidad para desequilibrar en espacios reducidos. Y Suárez, quizás el de técnica menos deslumbrante de los tres, encontró su rol, uno mucho más sacrificado.

El uruguayo se mueve muy bien sin la pelota y al límite del fuera de juego, aportando también una importantísima cuota de generosidad para asistir al compañero mejor ubicado. Y eso es una gran virtud en un goleador nato, saber cuándo ser egoísta y cuando, por el contrario, la mejor opción es ceder la pelota. Sin dudas, Suárez contestó la pregunta que nos hacíamos al arrancar la temporada: ¿podrá adaptarse al Barcelona y, al mismo tiempo, encontrar espacio en un ataque ya de por sí superpoblado? Le llevó su tiempo acomodarse, pero a esta altura podemos decir que pasó la prueba con excelentes calificaciones.

El trío ofensivo del Barcelona explota las cualidades de todos al máximo, ya que cada uno, de manera muy inteligente, encontró su mejor lugar. Es que esta nueva versión del Barcelona consiguió el realismo que le faltaba al anterior: está mucho más sólido atrás, pero también llega más rápido a zona de definición. Si bien sigue apostando al monopolio, no tiene pruritos para quemar el mediocampo. A la precisión en el toque corto le agregaron la repentización del pase largo. Así, al no ser tan previsible en el traslado, el equipo de Luis Enrique consigue poner a sus tres delanteros en situaciones de gol más favorables, ya que esa velocidad de traslado le quita tiempo a los rivales para reagruparse en defensa. Y eso sin dejar de llegar con la pelota controlada y por el piso.

Esta temporada solamente le queda por delante un compromiso, que además es el más importante: la final de la UEFA Champions League ante la Juventus, en lo que será un interesantísimo duelo de estilos. Pero esa es una historia para tratar en la semana.

Felicidades.