Alejandro Caravario 9y

Razones del derrumbe

BUENOS AIRES -- Luego de la derrota con Vélez, el mundo Boca parece derrumbarse. La resaca de la Copa Libertadores se perfila larga. Y el equipo, es evidente, ha perdido motivaciones.

El torneo local, aunque es de vital importancia para cualquiera, representa apenas un consuelo en un club que se reforzó para las grandes ligas. Para retomar una posición central en el plano sudamericano.

El mal trago, que acumula dos derrotas al hilo en el campeonato –una de ellas, ante Aldosivi con la Bombonera vacía, especialmente triste– tiene el plus que le aportan los escándalos.

Por un lado, las esquirlas del gas pimienta; por el otro, las resonantes aventuras de Osvaldo en el fangoso terreno de la farándula.

En suma, el panorama es de desquicio. De flaqueza deportiva y política. En la turbulencia, más que nunca es necesaria la intervención rectora del líder.

Aquí es donde se verá (o no) la mano de Arruabarrena para conducir un vestuario de nombres pesados y, en apariencia, con gran capacidad ociosa. Hay muchos futbolistas de primer nivel para poco en juego.

El DT deberá reciclar las expectativas de sus dirigidos, insistir en la parte anímica. Improvisar alguna zanahoria tentadora.

San Lorenzo está a sólo tres puntos, de modo que el torneo es un objetivo asequible.

Insuflar entusiasmo es quizá la parte más llevadera del trabajo que tiene por delante el entrenador.

Más allá de cómo se las arregle para decidir la formación que enfrentará a Newell’s sin Gago, Lodeiro, Cubas, Pavón y posiblemente Osvaldo –una restricción ocasionada por lesiones y compromisos con los distintos seleccionados–, es imperiosa una reflexión sobre el rendimiento del equipo en el primer semestre.

Existen sospechas compartidas de que estuvo bastante por debajo de lo que se esperaba. Por lo menos, en los momentos culminantes.

Hace dos meses, Boca exhibía cantidad y calidad. Incorporaciones acertadas, promociones juveniles con futuro y la consolidación de algunos referentes.

Así, encaró Copa y torneo con éxito. Con una rotación de jugadores que mantenía inalterables las altas prestaciones del equipo. Hasta los cambios radicales de puesto –como el de Castellani ante Lanús, por poner un ejemplo eventual–, y por ende de diseño táctico, eran hallazgos venturosos.

Sin embargo, cuando en la Copa pasaron los rivales accesibles y llegó el duelo con River, las cosas cambiaron notablemente. A la opaca actuación en el Monumental, le siguió un primer tiempo más que decepcionante en la Bombonera.

En esa revancha que quedó trunca, vimos a un Gago desolado rogarles a sus compañeros que se acercaran para jugar. Vimos a un Boca sin plan de juego, superado y, sobre todo, sin carácter.

Vale decir que este equipo que amenaza con el derrumbe, al que Vélez le dio otra estocada, muestra debilidades de antigua data.

El desenlace ridículo del gas pimienta acaso escondió la deslucida performance de Boca en esos dos encuentros. Pero el Vasco Arruabarrena, ahora que por el receso de la Copa América dispondrá de un plazo prudencial para pensar, seguramente volverá sobre esas noches infaustas.

Sus conclusiones moldearán el equipo del próximo semestre.

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