Ramiro Guillot 9y

El adiós a Jerry Collins, un emblema de los All Blacks

BUENOS AIRES -- 34 años. Sólo 34 años. Y un accidente de tránsito nos lo arrancó. Áspero, incisivo, imponente, pasional, sanguíneo. Todos adjetivos que ajustan a la perfección a cómo era como jugador.  Pero afuera de la cancha su sonrisa y calidez iban en contrapunto a sus características dentro de las líneas de cal.

En junio de 2006 los All Blacks visitaron la Argentina. La magia negra no se hacía amiga de estas pampas desde 2001, cuando el octavo Scott Robertson, en el estadio de River, sacó un try de la galera en el último minuto y cortó de cuajo lo que iba a ser la primera victoria argentina sobre el seleccionado neocelandés (24-20). Fue la noche de los tries de Lisandro Arbizu y las patadas de Felipe Contepomi. Fue la noche que pudo haber quedado en la historia. Fue la noche de Jonah Lomu. Fue la noche en las que las gargantas, secas de tanto aliento, se fueron a casa con sed de revancha, con anhelos de volver a cruzarse con esos tipos que a lo difícil lo hacían fácil.

Y por eso la locura hecha carne cuando volvieron a plantar bandera por estas tierras. El sitio elegido para armar su campamento fue Centro Naval, a pasitos del coloso de cemento que fue testigo principal de aquella batalla de 2001, de la que Collins no fue parte a pesar de haber debutado internacionalmente seis meses antes, justamente contra la Argentina en Christchurch.

La de 2006 fue la única vez que el tercera línea visitó nuestro país, siendo parte del seleccionado neocelandés. Yo estaba haciendo mis primeras armas como periodista y la lucha por separar lo profesional de lo personal era encarnizada y se librara a cada minuto, a cada segundo. Porque la adrenalina por ver, hablar, disfrutar de esos genios quería copar la parada y obligarme a dejar el grabador de lado, para dedicarme sólo a admirarlos como hincha de rugby que soy.

Luego del primer entrenamiento, el que encabezó el grupo para hablar con la prensa fue él; el Asesino, el de la llamativa cresta rubia en su cabellera morocha. Y el que se robaba todas las miradas. Ni Dan Carter, ni Rico Gear, ni Ali Williams, ni Graham Henry. Era él el dueño de la escena.

Se venía hacia nosotros, imponente, con el ceño fruncido y cara de pocos amigos. ¿Cuánto contenido periodístico se le iba a poder sacar a un tipo que ya venía con esa actitud, con ese rostro intimidatorio? Pero su “hello guys”, acompañado de una sonrisa cálida, enseguida desarticularon cualquier tipo de especulación previa. Y habló. Y contó. Y me sorprendió.

Esa semana previa al test match en Vélez, que Los Pumas terminaron perdiendo por 25-19, fui una figurita repetida por el Hotel Sheraton, bunker en el que se alojaban. Me pegué como estampilla a esos gigantes de tierras lejanas. Y él siempre fue amigable, cercano, tanto cuando el grabador estaba encendido como cuando no lo estaba. “Contame un poco del fútbol de aquí”, me preguntó, café de por medio, en la confitería del monstruo capitalino, en lo que fui mi primer mano a mano con un All Black.

Collins no tenía por qué quedarse hablando conmigo. El tiempo para las entrevistas estipuladas en el media planning diario había pasado y él ya había cumplido con la formalidad. Pero se quedó. Y escuchó. Y opinó. Y se retiró con un “¡Come on, River!”, club del que le conté que era hincha.

Greg Peters, futuro Manager General de la Unión Argentina, declaró este viernes temprano: “Jerry tenía un carácter complejo y a veces fue un incomprendido. Pero fue una persona maravillosa”.

Brillante descripción para un tipo que, por estas horas, ya debe tener el promedio más alto de tackles en el XV del cielo. Que lo disfruten. Acá, lo extrañaremos.

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