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La redención de LeBron James

Los equipos exitosos han sido construidos de diferentes maneras a lo largo de la historia. Están aquellos que brillan con un trío de estrellas y un coro alrededor, los que se apoyan en el trabajo mancomunado sin jugadores sobresalientes y los que, como en el caso de los Cavaliers, poseen un grupo de obreros alrededor de un jugador mesiánico.

Cuando Kyrie Irving cayó fuera por lesión, gran parte de los seguidores del básquetbol a lo largo y a lo ancho del mundo mordieron el anzuelo que indica que las estrellas están por encima del rendimiento de conjunto. Como si el rendimiento colectivo y la psicología de un plantel se apoyasen en cuentas matemáticas simples. Si uno más uno fuera igual a dos, los Knicks ya tendrían varios campeonatos en sus vitrinas con la cantidad de dinero invertido en jugadores estelares. Se trata de otra cosa.

El secreto del básquetbol, como hemos visto en la columna del pasado mes de abril, tiene que ver con algo mucho mayor a lo que indican los números, incluyendo las estadísticas avanzadas. Muchos equipos han cambiado jugadores más talentosos por otros que parecían, al ojo común, aportar menos al futuro de un plantel. La historia está saturada de casos de éxito en función de conseguir justo lo que se necesita para que la maquinaria funcione. Dicho de otra manera, podemos tener dos motores de primerísimo nivel para armar nuestro automóvil, pero para que el mismo funcione requerimos sólo uno. Siguiendo el ejemplo, con dos motores no se avanza: se necesitan ruedas, chasis, mecánicos, etc.

Quizás el ejemplo no sea el mejor, porque los motores no hablan. No se quejan. No discuten. No creen que pueden hacer lo que la otra pieza hace, en menos tiempo y de manera más eficaz. En el caso del básquetbol, esto sucede muy a menudo. Quien está detrás, muchas veces cree que puede hacer todo mejor que quien está delante. Este es el comienzo del fin. En el caso de la vida, la situación no es diferente: existen millones de entrenadores de saco y corbata convencidos que pueden dirigir mejor que Steve Kerr o Blatt. Millones de aprendices que hacen las cosas infinitamente mejor que su jefe con estrategias de café. Los espejismos del deseo están a la vuelta de la esquina.

La lesión de Irving no empeoró a los Cavaliers. Al contrario, quizás, sin buscarlo, los mejoró, porque encontraron un grupo capaz de hacer lo que sabe hacer sin intentar meterse a hacer cosas que desconoce. Nadie discute acerca de ningún tiro o decisión que tome James. Ni siquiera se les cruza por la cabeza, porque la propia realidad los tiene a temperatura ambiente: antes de estos playoffs, Timofey Mozgov era un jugador promedio, y hoy parece más que Dwight Howard. Matthew Dellavedova era un australiano simpático egresado de St Mary's y hoy parece tener más recursos y actitud que Kawhi Leonard para defender. El aguerrido Tristan Thompson es para SportsCenter una versión domestica de Dennis Rodman. Y J.R. Smith e Iman Shumpert, quienes se fueron por la puerta de atrás del peor equipo de New York Knicks de la historia, hoy son Bonnie and Clyde. Con los errores y los aciertos.

"Estoy tratando de poner presión en defensa y dejar que mis compañeros sepan que estoy listo para ir adelante, no importa como estemos. Seguiré peleando y empujando. Y aclaro algo: no me gusta tirar tanto", dijo LeBron al cierre del partido.

Esta estructura alrededor de James parece ser un capítulo de Lost. Son un grupo de muchachos extraviados, con orígenes diversos y pasados tormentosos, que no tienen otra salida que unirse y hacer su trabajo en función de un fin superior. Porque saben muy bien que si no fueran esto, si no se entregasen a una fuerza superior llamada LeBron, no serían nada. En otras palabras: o hacen el trabajo sucio, o nunca más podrán pelear por un campeonato. Cada uno sabe, en su interior, como son las verdaderas cosas.

Más allá del ataque recurrente a la pintura del astro de Akron, Ohio, el éxito de Cleveland para ganar estuvo en el trabajo de conjunto: como nos indica ESPN Stats, su defensa empujó a Golden State a una eficiencia ofensiva de 99.1, algo que logró el equipo de David Blatt diez veces en estos playoffs. ¿El récord en esos partidos? 10-0.

Si a eso le sumamos que los Warriors tuvieron un 46.7% de porcentaje efectivo de tiros de campo -su cuarta peor marca en playoffs- incluyendo 39.2% en los primeros tres cuartos, las cosas están todas dichas.

LeBron James va camino a un imposible: está llevando un grupo de aprendices a conquistar el campeonato más difícil que existe en este deporte. Michael Jordan tuvo a Scottie Pippen y Dennis Rodman, Kobe Bryant tuvo a Shaquille O'Neal, o Pau Gasol y Lamar Odom, los Spurs tuvieron a Tony Parker, Manu Ginóbili y Tim Duncan... todos los campeones anteriores se pelearían por jugar una final contra estos Cavaliers. Salvo, claro está, por LeBron.

Quizás de eso se trate su regreso a Cleveland. Quizás esta sea su verdadera prueba de rigor, su manera de redimirse con su gente y con la Liga, como los doce trabajos que tuvo que afrontar Hércules a modo de penitencia.

James necesita esto para ingresar en la galería de leyendas de la NBA. Con estos dos partidos, ha tocado la puerta de los dioses del juego.

Quedan sólo dos pasos para saber si finalmente lo han escuchado.