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El legado de Maravilla

CANASTOTA – Sergio Maravilla Martínez es una de las figuras de un espectáculo anual único, por el que desfilan las grandes figuras del ayer. El Salón de la Fama del Boxeo, en Canastota, Nueva York, lo tiene como uno de sus favoritos, aunque él no sea una figura del pasado. Tampoco lo es ya del presente.

Los ex campeones mundiales Riddick Bowe y Ray “Boom Boom” Mancini (Naseem Hamed, también inducido, no pudo viajar) estuvieron entre los selectos comensales que en la noche del sábado, escucharon sus palabras. Eso incluyó a un colega nuestro, hombre de ESPN ya legendario periodista Nigel Collins, director durante muchos años de la célebre revista “The Ring”, o el referí Steve Smoger o el promotor Rafael Mendoza, todos ellos también distinguidos por el Salón de la Fama de Canastota.

El retiro de Maravilla Martínez marcará una época para el boxeo argentino y latinoamericano, ya que con él se cierra un momento único, una parábola de vida y una historia diferente.

Los números dicen que Maravilla, a los 40 años, se va con un record de 56 peleas efectuadas, de las que ganó 51, 28 de ellas antes del límite, con 2 empates y 3 derrotas de las cuales dos fueron antes de lo pactado (Antonio Margarito y Miguel Cotto) y una caída por puntos ante Paul Williams, o sea que los tres fueron campeones mundiales. Maravilla nunca fue derrotado en Argentina…

Fue campeón mundial de los pesos medianos del WBC dos veces, sin haber perdido la corona en el ring. Primero, cuando venció a Kelly Pavlik (17 de abril, 2010, por puntos) y luego cuando, tras haber dejado la corona a pedido del propio WBC, debió volver a pelear con ella ante el mexicano Julio César Chávez, reconocido como campeón. Ese combate se realizó el 15 de septiembre de 2012 en Las Vegas. Una pelea que fue, también, una caravana mediática impresionante. Los duelos verbales entre ambos y la carga psicológica que Martínez descargó en los dos Chávez, padre e hijo, culminó en el ring de Las Vegas, cuando Maravilla ganó casi todos los asaltos de la pelea. El último, cuando anduvo por el suelo, le confirió a la pelea un matiz dramático extraordinario, porque permitió ver a un Martínez orgulloso y campeón que, en lugar de amarrarse, prefirió pelear hasta la campanada final. “Ese último round justifica una revancha”, nos dijimos todos, sin saber que, en realidad, el ciclo se estaba cerrando.

Aquella noche de Las Vegas fue el canto del cisne para el boxeador argentino, que nunca más volvió a ser el mismo. Problemas en las manos y básicamente en la rodilla derecha marcarían un inexorable y no deseado final.

Para ese momento, Maravilla venía de acaparar todos los comentarios y de aparecer en todas las pantallas de la televisión. Se convirtió en una celebridad en menos de un año, cuando participó en el programa de Marcelo Tinelli –el show más visto de la televisión argentina- en un concurso de baile. Eso le sirvió para llegar al público femenino. Y conquistarlo: elegante, buena presencia, un manera ligeramente madrileña para hablar, anteojos para tener un toque intelectual y por supuesto, un físico atlético.

Fue una jugada muy bien pensada, porque Martínez con todas sus condiciones pugilísticas y sus victorias indiscutibles, tenía un problema: llevaba casi diez años viviendo en Madrid y solamente los fanáticos del boxeo conocían su existencia –y sus tremendas cualidades boxísticas. Además de aquella victoria ante Pavlik habría que mencionar, por lo menos sus triunfos ante Alex Bulema en el 2008 y ese tremendo nocaut logrado frente a Paul Williams, de quien se tomó desquite al ponerlo en la lona en el segundo asalto, el 20 de noviembre de 2010, en lo que fue “El KO del año” para todos los expertos. La imagen de Williams cayendo boca abajo sobre la lona, totalmente conmocionado, recorrió el mundo: con un solo golpe, Martínez terminó de demostrar todo lo que podía dar…

Como muchos argentinos, Martínez se fue de su país en el año 2002, “Cansado de ser campeón argentino pero de tener que vivir a fideos hervidos. Un día decidí que eso no era para mí y con una valijita y un papel escrito a mano en un bolsillo, me fui a Europa”.

Maravilla relata esa historia en un stand up que el mismo escribió y que es su nueva actividad. “Hay que reinventarse permanentemente”, dice. “No se puede vivir de recuerdos”.

Lo del papel escrito a mano es cierto, claro. Un manager argentino, Juan Carlos Pradeiro, le dio el papelito: “Si vas a Madrid llámalo al Hueso Sarmiento”. Pablo Sarmiento, también boxeador y ganador en España, le consiguió trabajo de portero en una Disco. “Fui uno de los tantos indocumentados que parecen delincuentes porque no tienen como ganarse la vida decentemente”, dice Maravilla. “Un día decidí que con ser portero de una Disco, o lavando platos o dando clases de boxeo no servía. Y entonces volví al boxeo. Y eso cambió mi vida”.

Ganó en Inglaterra, siguió ganando en España, y, tras asociarse con Sampson Lewkowicz, fueron a dar con Lou DiBella y se le abrieron las puertas del boxeo norteamericano. Hoy, asociado con Miguel De Pablos –amigo y socio desde hace años-, ha comenzado a darle forma a “Maravilla Box”, promotora de espectáculos de boxeo.

Tal vez no sea el momento de detallar toda su historia.

Es el momento de ver la realidad con una lente panorámica. En Argentina se comenzaron a abrir gimnasios de boxeo con su nombre. Y esos gimnasios comenzaron a llenarse de jóvenes aspirantes, que lo emulaban no solamente con su forma de vestir, sino también de plantarse en el ring.

Con un estilo vistoso, pero por momentos desmañado y de brazos demasiado bajos y con guardia zurda, le dio al pugilismo argentino una tremenda inyección de esperanza, optimismo y espíritu ganador que hasta sus más enérgicos detractores (“La envidia es un impuesto al éxito”, decía el promotor Juan Carlos “Tito” Lectoure) debieron reconocerle.

Lanzó un libro que es más de autoayuda que biográfico. Encabezó diferentes comerciales. Protagonizó un documental sobre sus logros. Pero ante todo, demostró que un boxeador también puede ser un tipo elegante, de buena verba, que pregona, ante todo, las bondades del entrenamiento a fondo. “Me molesta mucho cuando me dicen que soy un boxeador diferente. Soy un boxeador, a secas. Me molesta más cuando me quieren comparar con Carlos Monzòn: no le llego ni a la suela de sus zapatos, aunque confieso que me parece fantástico poder lucir el cinturón que alguna vez lució Carlitos…”, dijo alguna vez.

Claro que el almanaque es el más inexorable de los rivales. Y no siempre el físico acompaña. Comenzaron los problemas en la rodilla derecha y, cuando enfrentó al británico Martin Murray en Vélez -27 de abril, 2013-, provocó diferentes sensaciones. Por un lado, convocó a más de 40 mil personas a pesar de la lluvia y el estadio abierto. Una marca que no se lograba en Buenos Aires desde el 27 de marzo de 1930, cuando Justo Suárez venció a Julio Mocoroa, por el campeonato argentino de los ligeros, en el viejo estadio de River. Asistieron espectadores de todas las edades y por supuesto, muchas mujeres. Todo el país estuvo pendiente de ese combate. Pero quedaría una amarga sensación final, cuando tras andar por la lona, el argentino ganó por puntos en un ajustado fallo, en donde Murray realmente había sumado breves pero justas diferencias.

Martínez, a quien llegaron a considerar “mejor que Carlos Monzón”, pasó a ser un “Paquete al que le regalan las peleas”, algo propio y natural en el argentino, que necesita siempre la confrontación de marcas, equipos de fútbol o políticos.

Algo quedó en claro: ya no era el mismo. Una mano rota, la rodilla con problemas… Quedaba la noche de Miguel Cotto, el 7 de junio del año pasado, en el Madison. Y, aunque juró y perjuró que estaba bien, esa noche Martínez cayó varias veces y en una triste noche, terminó sentado en su esquina, obligado a no seguir por su técnico, Pablo Sarmiento: fue, sin duda, más que una noche triste, una noche negra, en donde el almanaque se le cayó encima y las dolencias no le dieron ninguna chance.

Se veía venir el final, no podía ser de otra manera. El físico no ofrecía respuestas. “Cuando en el equipo de un boxeador el médico es el personaje más importante, algo anda mal”, nos dijo, en una charla de hace un mes, cuando estuvo en Buenos Aires presentando sus stand ups. “Pero no me retiren antes de tiempo, cuando sea el momento lo voy a decir yo”, se apresuró a declarar, desmintiendo así una nota periodística que ya lo daba por retirado.

Seguramente por diferentes compromisos, que incluyen su contrato con HBO, fueron demorando el anuncio oficial de su abandono. Un retiro del boxeo que era, ante todo, una necesidad física imparable.

Se va Maravilla, pero deja el recuerdo fresco de sus grandes victorias, sus apariciones en la televisión, su show mediático y pugilístico con Julito Chávez –incluyendo la clase de boxeo que le dio-, sus cinturones de campeón y su tono madrileño. Tal vez sea el momento de decirle en nombre del boxeo argentino: gracias por todo, campeón.

Gracias por todo…