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La transformación de villano en héroe

Empezaré este escrito con tres conclusiones de las Finales de NBA: a) los Warriors son mejor equipo que los Cavaliers y deberían, por innumerables razones, ganar el campeonato. b) Stephen Curry es capaz de liquidar una hormiga con un bolígrafo desde la punta de un edificio... ¿Cómo puede existir un talento semejante? c) esta ya la sabíamos: el básquetbol es un deporte de equipo.

Dicho todo esto, podemos empezar a hablar de LeBron James.

Me conmueve ver lo que intenta noche a noche el astro de Cleveland en esta definición. Lo hace con el conocimiento de quien se sabe inferior, y sin embargo va en busca de un imposible. Sin Kyrie Irving ni Kevin Love en la estructura, el escenario se puso en contra de James. O a favor, según quien observe esta situación de cerca.

Voy a decir algo que pensé que jamás iba a escribir: James me caía mal. Un poco por el juego que proponía de uno contra el mundo y otro poco por su actitud arrogante para enfrentar cada una de las situaciones que se presentaron en su vida. Entiendo que no es fácil ser LeBron, pero a decir verdad, tomó muchas decisiones que conspiraron contra él. Contra su legado, porque su partida a Miami Heat, para conquistar campeonatos junto a Dwyane Wade y Chris Bosh, más que salida fue un escape. Todos sabíamos que los triunfos llegarían, porque a su poder incomparable le sumó, en su momento, dos armas adicionales de destrucción masiva. Pero ese éxito, como finalmente sucedió, no tuvo el sabor esperado. Ni para él, ni para los amantes de la Liga.

Por eso celebré su regreso a los Cavaliers, porque vi, por primera vez, al LeBron que esperaba desde sus inicios en la NBA. Su juego ya había mejorado: ya no era un anotador compulsivo sino que se trataba de un talento 360°, con ojos en la nuca y habilidades atléticas para imponerse en los dos costados de la cancha. Un jugador de equipo completo. Como hemos dicho innumerables veces, un Rey que puede transformarse en peón, en alfil, en caballo y en torre, según lo que permite el tablero.

¿Por qué hemos cambiado drásticamente nuestra mirada sobre James? Porque él ha vuelto a su casa en busca de una redención, no a los ojos de terceros, sino a sus propios ojos. Ganar es importante, pero no todos los triunfos valen lo mismo. Jamás vi su salida como una traición a Cleveland, sino como una traición a su propio ser. Un facilismo innecesario para un talento de estas características, un miedo profundo a ser tan bueno y quedarse sin nada. Pues bien, de eso se trata un poco el deporte. Si años atrás uno podía pasar la vida esperando un acontecimiento, hoy vivimos una época contaminada por la ansiedad; los talentos brillantes se convierten en jovencitos nerviosos que no dejan que las cosas maduren. Aceleran los procesos y es, en ese preciso momento, cuando se equivocan. "Lo quiero todo y lo quiero ya", dice la máxima de estos tiempos. Pasa en el básquetbol y en la vida. La cultura del videoclip contra la mesura de los libros. Ser famoso por lo que sea y no por lo que verdaderamente vale. Bienvenidos, entonces, a la insoportable levedad del ser.

Quizás por eso, hoy James, en estas Finales, ha dejado de ser un villano para transformarse en un héroe. Él decidió regresar a Cleveland y ahora las circunstancias lo ponen como un luchador que intenta derrotar a un gigante que descansa con una tropa de adoradores a sus espaldas. Se ha entregado al verdadero sacrificio por obtener algo genuino, que conlleva un dolor irremediable en las entrañas: el éxito se valora cuando hay posibilidad concreta de fracaso. Por primera vez en años, LeBron es el débil. Es Don Quijote luchando contra molinos de viento, es la víctima lista para ser devorada en el propio Coliseo Romano.

En ese marco, es altamente probable que James termine sucumbiendo ante el orden establecido. "Soy el mejor jugador del mundo", dijo en conferencia de prensa luego del Juego 5. Y nadie esbozó ninguna duda al respecto. No se trata de ser engreído, se trata de otorgarse a sí mismo un voto de confianza para saber que todavía puede, que aún hay margen de discusión. Hoy este James es muchísimo más ganador que el James de Miami Heat. No importan los títulos, los puntos, los rebotes y las asistencias. ¿Saben por qué? Porque los ganadores, muchas veces, no se miden por los triunfos y las derrotas. Porque, créanme, hay diferentes clases de triunfos y derrotas. La victoria, a veces, es la propia lucha sin fin. El nudo que supera el desenlace, la forma por sobre el contenido. Seguir intentando cuando todo indica lo contrario, a base de liderazgo y coraje.

En definitiva, no hay persecusiones más nobles y encomiables que las de las causas perdidas.

El verdadero LeBron James ha llegado para quedarse. Lo que pase a partir de aquí, no cambiará este mandato.