<
>

Los verdugos de Arturo Vidal

BUENOS AIRES -- La ovación que acompañó a Arturo Vidal antes de la goleada frente a Bolivia es una muestra clara del perdón. O de que el público futbolero chileno, ávido de ganar su primera Copa América, le dio poca importancia al escándalo con resonancia internacional protagonizado por el emblema de la Roja.

Como es sabido, Vidal tuvo un accidente a bordo de su Ferrari color fuego y levantó una ola de admoniciones. Quienes se creen facultados para moldear la opinión pública y enarbolan la corrección política como bandera le cayeron con todo el rigor de sus intelectos vigilantes.

Salir a tomarse unos copetines en un día franco junto a la esposa no es algo que suene a pecado mortal. Ahora, subirse a manejar un auto bajo los efectos del alcohol sí puede resultar peligroso y es contra las leyes.

Pero, con una mano en el corazón, no sólo los titanes del deporte se permiten estas licencias. Un optimismo temerario muy extendido hace prever a los conductores chispeados por las burbujas del champán que nada grave sucederá.

De modo que Vidal tuvo una conducta desaconsejable, antisocial, que terminó con serios daños materiales. Sin embargo es una conducta que suele adoptar buena parte de quienes conducen en cualquier ciudad del mundo.

Entonces, ¿por qué tanta insistencia punitiva con Arturo Vidal? Si exigimos que no le asignen prerrogativas por su calidad de ídolo popular, lo razonable sería que tampoco se agravaran las sanciones (morales o de las otras) por esa misma condición.

Quizá en estas circunstancias lo que emerge es cierto rechazo de clase que generan las figuras deportivas con este perfil.

Se sabe que Vidal proviene de un hogar pobre y que, gracias al fútbol, se hizo millonario. Para mucha gente, esta clase de movilidad social vertiginosa es inaceptable. Consideran que el segmento sociocultural más bajo y más oscuro de piel no está habilitado para la prosperidad.

Tal posición reaccionaria -que se maquilla con esmerados proverbios democráticos- alcanza el rango de furia cuando estas estrellas se atreven a la ostentación, al desfile farolero, a la exhibición gozosa de su riqueza. Y a levantar la voz.

Discretos y obedientes, vaya y pase. Pero arrogantes y contestatarios ya es insufrible.
En la Argentina tenemos una vasta experiencia en esta clase de fobia. El gran detonante ha sido Diego Maradona -otra flor que brotó en el fango-, al que también le gustan las naves más caras del mundo y portarse mal. Y decorarse el cuerpo y el pelo con esmero fetichista.

Rápidos para todo, estos ejemplares de la plebe son, bien mirados, de una notable adaptación al sistema en el que crecieron y que, allá lejos y hace tiempo, los tiró a la banquina. Quiero decir: aprendieron a ejercer el poder que otorgan el dinero y la notoriedad.