Carlos Irusta 9y

Aquella noche del Madison...

BUENOS AIRES-- Aquel viaje a Nueva York fue tomado como lo que era, una aventura. Y hasta una conquista. Por cierto, tenía condimentos muy especiales. Juan Carlos “Tito” Lectoure, el promotor del Luna Park, trabajó con Don King, una de las pocas colaboraciones entre ambos –Lectoure fue siempre hombre de Bob Arum-, con un objetivo diferente. Es que iba a ser en el Madison Square Garden, en Nueva York. Las Vegas todavía no era el gran escenario del boxeo: era el Madison, el de la avenida Octava, algo así como el ombligo del pugilismo mundial, el máximo y más codiciado de todos los escenarios. Y montar una noche argentina en un ring histórico como ése, era por esa misma razón, también toda una conquista...Por eso la fecha también fue histórica: el lunes 30 de junio de 1975 quedará como una noche diferente.

Tres boxeadores argentinos, en peleas estelares en el mismo escenario; Carlos Monzón exponiendo su corona de peso medio ante Tony Licata en su debut en los Estados Unidos y que sería, luego, su única pelea en ese país. Víctor Galíndez, a su vez, defendía su corona medio pesado AMB ante su compatriota Jorge “Aconcagua” Ahumada: era la primera vez que dos argentinos pelearían por una corona mundial entre sí. Sin olvidar que Muhammad Ali defendía su corona de todos los pesos, pero en Kuala Lumpur, Malasia, frente a Joe Bugner. El combate se iba a ver, vía satélite y en pantalla gigante dentro del Madison, cuando terminaran los combates en vivo, formando así un triple programa para la televisión.

Víctor Emilio Galíndez, a los 26, era el campeón mundial de los medio pesados. Se había consagrado en Buenos Aires, hacía menos de un año, el 7 de diciembre de 1974, tras vencer a Len Hutchins en un combate por la corona vacante de la Asociación Mundial. Los esfuerzos de Tito Lectoure habían logrado que de esa manera Galíndez fuera el primer argentino en consagrarse campeón mundial en el estadio Luna Park. Estaba, entonces, en un periodo de asentamiento como campeón mundial y subir al ring del Madison iba a ser, para él, una medalla en su carrera –si ganaba, claro.

Jorge Ahumada iba a ser su rival. Un mendocino de 28 años que, aunque era peso mediano, decidió subir de categoría. Hombre del recordado maestro Francisco Bermúdez –el técnico de Nicolino Locche-, Ahumada decidió irse del país. En la Argentina, con Monzón en mediano y Galíndez en medio pesado, sus posibilidades eran limitadas. Tenía un boxeo sólido, hábil e inteligente, pero no era un noqueador. Así que se fue a los Estados Unidos, a Nueva York. Cuando quiso acordar, era una figura ya consolidada en el Felt Fórum del Madison, con gran atracción entre los latinos. Y, aunque Galíndez le había ganado ya varias veces, se sabía que daría espectáculo. Y que tenía chances de ganar. De los tres, era justamente Ahumada el más conocido en los Estados Unidos. Dirigido por Gil Clancy –el mismo que entrenó a Emile Griffith, Oscar Bonavena y Rocky Valdez-, había llegado a pelear dos veces por el campeonato mundial. En la primera le dieron empate con Bob Foster en Albuquerque; en la segunda, perdió por puntos con John Conteh en Londres, ambas peleas en 1974. “Lo que nadie sabía por entonces es que yo tenía una retina desprendida y que solamente aprendiéndome de memoria las letras de las pizarras, podía pasar los exámenes”, nos confesó alguna vez en su casa de Queens, Nueva York. “Sí era un sacrificio, pero eran las últimas bolsas grandes que podía ganar”, concluyó. Fue, sin duda, un extraordinario boxeador que dando ventajas de peso y careciendo de gran pegada, estuvo muy cerca de ser campeón del mundo.

Carlos Monzón, a los 32 años, vivía por entonces un tórrido romance con Susana Giménez, por lo que su foto no aparecía solamente en las páginas deportivas, sino también en las revistas del corazón. Se habían conocido un año antes, durante la filmación de la película “La Mary”, luego de que el santafecino, en una de sus peleas más promocionadas, le diera una brutal paliza a José “Mantequilla” Nápoles en París. Ante Licata hizo la defensa número 11 de su corona, en ese momento reconocida sólo por la WBA, ya que el WBC le había quitado esa porción por negarse a un control antidoping luego de su victoria ante Nápoles. Sin dudas, fue el centro de atracción de todos, ya que lucía el cinturón de campeón del mundo de una de las divisiones más atractivas del boxeo norteamericano, la categoría de Ray “Sugar” Robinson, Jake LaMotta y tantos otros…

“Sí, es alto, pero demasiado flaco. Habla poco y cuesta verlo como campeón en la categoría en la que reinó Robinson”, escribió uno de los cronistas de la época. Monzòn efectuó esa noche su única presentación en los rings norteamericanos. Era más famoso en Europa que en los Estados Unidos y no se llevó grandes elogios de la prensa norteamericana. Aunque un cronista remarcó que “Por su físico, parece más un actor de cine que un boxeador, una especie de Jean Paul Belmondo latino”.

Aquella noche, frente a Tony Licata, sumó un triunfo más ante un rival que, con sus 23 años, tampoco fue de los mejores. Licata venía de ganar y perder con otro argentino, Ramón Méndez, radicado en Italia. Tras su pelea con Monzon, Licata llegó a pelear en semipesado y enfrentar a quien dos veces rival de Galíndez, Mike Rossman.

Curiosamente, se lo vio desprolijo y ansioso al campeón, con ganas de terminar la pelea lo antes posible. Licata, que era de origen chino, hizo lo que pudo, pero fue poco y finalmente, el referí Tony Pérez la detuvo en el décimo round. Paliza breve, fuerte y algo desprolija. Había, sin embargo, una razón. “Esa noche Susana (Giménez) estuvo en el ring side acompañándome por primera vez y cuando la vi gritando mi nombre, pensé más en lucirme para ella que en el ring. Igual, Licata no aguantó nada”, dijo Monzón. Puede considerarse que, efectivamente, por el nivel del rival y por lo hecho por el argentino, fue aquella una de sus presentaciones menos recordables, más allá del hecho de que Licata recibió una tremenda paliza y que solamente su valentía prolongó el final.

Galíndez y Ahumada repitieron de alguna manera, lo que había hecho en peleas anteriores. Ahumada ponía su boxeo de manual, con gran habilidad de piernas y corrección en las combinaciones de golpes. Galíndez –que de amateur había demostrado ser también él un boxeador de buena técnica- se había pasado al bando de los peleadores abiertos y sanguíneos. “No sé qué me pasaba con él; en más de una pelea iba ganando yo, hasta que, cuando metía una mano... ¡Me ponía nocaut! Era como un complejo”, confesó alguna vez Ahumada.

De hecho y sobre el final de la tercera vuelta, Galíndez conectó a Ahumada y lo derribó. A pesar de las protestas de Gil Clancy, el referí Jim Devin dio la caída por legítima. Lo había sido, porque el golpe llegó apenas unos segundos antes del tañido de la campana. Solamente que esta vez, no hubo nocaut y el mendocino llegó en pie hasta el final. Más allá de esa caída la victoria de Galíndez fue por puntos claramente, sin discusión alguna. “Me tocó el Galíndez de siempre: fuerte y combativo”, dijo Ahumada.

Fue la última de la serie de cinco peleas que sostuvieron ambos, de las cuales Galíndez ganó 3 por nocaut, una por puntos y solamente perdió una –la primera- ante el boxeador mendocino.

Luego vino la imagen de Alí, quien venció a Joe Bugner por puntos en una pelea más, que fue presenciada en Kuala Lumpur por 22 mil espectadores. Vale recordar que, apenas un año antes, Alí había recuperado su corona de todos los pesos al vencer en Kinshasa a George Foreman, contra muchos pronósticos en una de las peleas más promocionadas de la historia.

Pero, después de todo, para el boxeo argentino aquella noche había sido “La noche del Madison”, cuando Monzón, Galíndez y Ahumada pelaron bajo las luces de aquel mágico escenario...

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