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Otra vez terminó solo

BUENOS AIRES -- Según algunas reacciones corporativas (Juan Sebastián Verón) y ciertos periodistas adulones, no se puede cuestionar a Messi. Sólo cabe el agradecimiento y la admiración.

Lamentablemente, como Messi es el depositario de las máximas ilusiones (no pasa un día sin que se nos recuerde que se trata del mejor del mundo), también recaen sobre él las máximas exigencias. Y a la hora de la derrota, es el que acapara las facturas.

Así funciona la lógica futbolera. Seguramente, las aguas se calmarán en breve, a los hinchas se les habrá pasado el berrinche y aceptarán que la campaña de Messi en la Selección tiene más luces que sombras. Aunque, claro, le falta levantar una copa. Quizá Leo está pagando un plus por la frustración acumulada durante dos décadas.

También deberá reconocer el público que la Selección, esa Selección que en teoría gira a su alrededor, tiende a dejarlo solo en momentos decisivos.

A medida que avanzaba el Mundial 2014, el entrenador Alejandro Sabella fue desplazando el centro de gravedad de su equipo desde los pies de Messi al corazón caliente de Mascherano.

Ya no importó tanto escoltar a Leo para asegurar manejo y poder de ataque sino afianzar la gestión defensiva rodeando masivamente al zaguero del Barcelona.

Argentina fue, efectivamente, sólida atrás, pero débil en el ataque. A punto tal que convirtió dos goles en 450 minutos. Y, con el atacante más dotado del planeta en cancha, colocamos nuestras expectativas en la tanda de penales.

Naturalmente, Messi no lució. No tuvo socios ni protección para desarrollar su juego. Terminó aislado, librado a su suerte.

Algo semejante ocurrió en la final de la Copa América. El discurso de la posesión sucumbió ante un rival inteligente y luchador. Y al quemarse los papeles, en lugar de buscar a Messi, de rastrear al guía más apto para abandonar el desconcierto, lo volvieron a condenar al exilio.

Existe una contradicción entre la importancia que se le dispensa al diez en las palabras y el lugar que luego se le asigna en la estrategia.

No digo que no lo valoren, sino que, en las paradas difíciles, deja de ser la prioridad para convertirse en un artículo de lujo. Alguien que está ahí, al acecho, y es capaz de resolver el encuentro con una genialidad.

Pero mientras eso sucede (si sucede), la consigna es agruparse a cuidar el rancho. ¿Es desconfianza? ¿Hará falta que Messi, otorgándole un sentido cabal a su cinta de capitán, dé un par de gritos para señalar el camino?

Todavía hay quienes se quejan de que en Barcelona juega mejor y hace más goles. Es que en su club jamás le escatiman compañía. Nunca se queda sin colega para descargar ni le falta pasador que lo asista.

En Barcelona, que juega invariablemente en campo enemigo, le sobran las opciones y los auxilios para llegar al encuentro con la red.

Allá también lo consideran el mejor. Pero actúan en consecuencia. Le ofrecen todas las garantías para que aplique su repertorio.