Alejandro Caravario 9y

Un homenaje equívoco

BUENOS AIRES -- Durante el último verano, River anunció con satisfacción el regreso de Pablo Aimar. Se sabía entonces que era una incorporación más atada a la nostalgia que a la idea de reforzar el equipo, por cuanto el jugador estaba en declive y perseguido por las lesiones.

La vuelta tuvo así un sabor a homenaje. Sin embargo, permanecía en el aire la posibilidad de que, mediante una paciente recuperación, Aimar volviera a jugar.

Ya no como cuando despuntó del prolífico semillero de Núñez. Pero con una respuesta suficiente para disponer de minutos y partidos que propiciaran un reencuentro real con el público.

Todo acabó antes y peor de lo esperado. Aimar jugó sólo un rato ante Rosario Central y acaba de anunciar el retiro.

Su tobillo no resiste más y la exclusión de la lista de la Copa Libertadores terminó de decidirlo a colgar los botines.

Surgió de manera cruda la enorme distancia que existe entre el reconocimiento al ídolo y los requerimientos de la alta competencia.

Aimar es parte de la memoria feliz riverplatense, pero ya no está en condiciones de jugar. Tal es la conclusión inequívoca, sólo que el futbolista, hasta ayer nomás, formaba parte del plantel, no del álbum de las glorias.

El gesto, el tributo a un futbolista genial por los servicios cumplidos, se mezcló con las necesidades de un club de primer nivel. Y una de esas necesidades es la estricta selección del personal.

En definitiva, el regreso al hogar pasó, en pocos meses, de la alegría a la frustración. Para el jugador, para el club y también para el público.

El final de la historia, con Aimar desplazado por su incapacidad física, poco favor le hace a su imagen. El emotivo clima de homenaje y agradecimiento derivó en un desenlace cruel.

River ha perseverado en la costumbre de hacer retornar a sus vástagos más triunfadores cuando empiezan a recorrer el ocaso.

En los últimos días les tocó a Saviola y Lucho González la bienvenida triunfal. La yunta, de enorme jerarquía, también remite a tiempos gloriosos.

Pero, a la luz del caso Aimar, los responsables de estas medidas deberían aclarar sus propósitos y expectativas.

Creemos que River confía en que el hilo que queda en el carretel de ambos les alcanza para afrontar las máximas exigencias.

Ahora, si se trata de acoger apellidos ilustres como una celebración de la historia y una expresión sentimental, mejor que les organicen un partido de reencuentro (que no de despedida) y luego les ofrezcan, por ejemplo, oficiar de asesores.

Se capitalizaría así su vasta experiencia y se los mantendría bajo el alero cálido del club. Y sobre todo se evitarían decepciones graves, despechos y desencantos. El revés exacto del amor que hipotéticamente rige estos actos.

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