Juan F. Rivera 9y

Aventura maravillosa en Niagara

TORONTO -- Durante la fastuosa inauguración de los Juegos Panamericanos, no imaginé encontrar otro momento o lugar como para sentirme transportado de la manera en que lo hice durante la impecable producción del Cirque du Soleil. Sin embargo, la naturaleza canadiense me tenía deparada una sorpresa sin igual.

Hace nueve años estuve por primera vez en Toronto, y en aquella ocasión, para una cobertura del béisbol de las grandes ligas, no tuve suficiente tiempo de conocer con detalles varios de los aspectos que hacen única a esta región de Canadá. Por supuesto, uno de ellos es "Las cataratas del Niagara".

Luego de recibir una cortesía del departamento de turismo de Ontario, esperé puntualmente el autobús que me recogería en el hotel un domingo a las 8:30 a.m. Cargado de emoción por visitar un lugar del cual me habían hablado muy bien, comenzó el periplo en un viaje de casi dos horas hacia el oeste de la ciudad sede de la cita panamericana.

Bajo la tutela y la información precisa que nos brindaba el conductor del autobús y guía turístico, Tony Martínez, llegamos a un primer punto donde se observaba a la distancia la caída de agua del lado de Estados Unidos, y también podía apreciarse el evento natural que se forma en los predios de Canadá.

Hasta allí todo iba muy bien, con una carga emocional que iba subiendo con el transitar de la unidad automotora, y acercándonos a un segundo punto de la expedición. Entonces llegamos a un lugar más cercano, en el cual las gráficas ya comenzaban a tornarse espectaculares, y se podía observar a lo lejos los botes que llevaban a los visitantes al encuentro con el vital líquido que descendía en el río Niagara. A la distancia, las embarcaciones parecían provenir de tierras liliputienses, notándose mínimas en comparación con el caudal de agua que fácilmente podría arroparlas.

Allí comenzó a desbordarse mi emoción, al saber que yo iba al encuentro con el coloso abordando las embarcaciones que parecían miniatura al lado de un fenómeno que todos fuimos a ver.

Llegó el momento de abordar, protegido con un poncho como el resto de los turistas. Íbamos al encuentro de una experiencia única, y zarpó la nave. El primer contacto visual fue con la caída de agua del lado de Estados Unidos. Un paso sensacional con una vista perfecta de ese portento que nos regaló la naturaleza.

La nave avanzaba en su recorrido, y la emoción, al igual que la expectativa iba in crescendo, con los latidos del corazón en los valores normales, pero con una emoción indescriptible por saber que nos sumergíamos en una aventura maravillosa. La embarcación se acercaba, y la sensación era única. Hasta llegar al punto en el cual el bote establece el contacto más cercano con ese lugar mágico. Era como si se detuviera el tiempo, era el clímax de un recorrido hacia lo excelso. El agua comenzaba a empaparnos, pero no existía la mínima razón para dejar de disfrutar la majestuosidad y grandeza de observar al pie de la caída de agua, el descenso del río en un acontecimiento que no tiene comparación.

El lugar y el momento eran sublimes, y en el cruce de tantos pensamientos y sensaciones extraordinarias llegó a pasar por mi mente que esa sería una buena manera de ser recibidos en algún lugar al que todos iremos cuando termine nuestra misión en esta dimensión.

Mi mente, mi cuerpo y mi espíritu disfrutaban como uno solo bajo la misma sensación de paz, tranquilidad y asombro, y con el deseo de que ese momento jamás fuera a terminar. El tiempo no era implacable, no transcurría, todo había quedado paralizado en la captura de un instante sin parangón, en el que no hay pausa que pueda detener la más pura de las sensaciones que genera el placer de un instante maravilloso.

Luego, con calma, sin prisa, arribó el momento de volver a la realidad. Como todo tiene su final, el regreso en el bote fue simplemente para terminar de contemplar la maravilla que dejábamos a nuestras espaldas, habiendo sido testigos de un fenómeno natural al que todavía no le encuentro comparación.

Al lugar acuden miles de personas diariamente, y llegan de todas partes del mundo. En el grupo de los visitantes de ese domingo bendito, estaba un representante de una publicación fundada en 1908, la revista cubana Bohemia. "Uno desde niño escucha hablar de las Cataratas del Niagara. Las ve por televisión, lee sobre ellas, pero todo eso, como es lógico, resulta incomparable con la posibilidad de visitarlas. Hubiera sido una especie de crimen haber llegado a Toronto y no aprovechar la oportunidad" comentó el periodista antillano Rafael Pérez Valdés, quien también se preguntaba si el fenómeno era algo místico, con el toque de la mano de Dios, la misma que nos llevó ese domingo al encuentro con la naturaleza.

El grueso de curiosos que se acercaban en la excursión para disfrutar este gigante incluye gente de todas partes del mundo. Particularmente en el grupo que me tocó en suerte, habían personas de México, Venezuela, Estados Unidos, Brasil y Australia.

De todos los rincones del planeta seguirán llegando turistas, y día a día encontrarán la magia que irradia este lugar. En un servidor, las Cataratas del Niagara hallaron un interlocutor que gritará a los cuatro vientos lo que transmite este sitio, y que regresa a su país con la esperanza de volver a vivir esta experiencia, pero junto al resto de su familia.

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