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Una crisis en silencio a un año de los Juegos Olímpicos, Río 2016

MÉXICO -- Hay una tensa calma social en Brasil a un año del inicio de los Juegos Olímpicos en Río de Janeiro.

La importancia y magnitud del evento obliga a la comparación con el Mundial de Futbol que no navegó por aguas tan extrañamente tranquilas. A un año de que el balón rodara, movilizaciones civiles pusieron contra la pared a los organizadores y alertaron al mundo sobre viajar al gigante sudamericano.

Lo raro es que entonces, 2013, Brasil no estaba tan mal como lo está en 2015: el brasileño de a pie lucha contra el desempleo (ahora en el 7%), la agobiante inflación (al 9%) y la volatilidad monetaria (el Real sigue perdiendo terreno frente al Dólar). La crisis económica ha llevado a la crisis política y la presidenta, Dilma Rousseff, quien tiene solo 9% de aprobación, se aferra a los Juegos para alivianar la tensión social que viven los 200 millones de brasileños.

A la caída de la producción industrial, (-0.3% en junio respecto a mayo, y sexta caída en ocho meses) se le une la crisis política que amenaza con la caída del partido de Dilma y a la misma Rousseff, pues su nombre y el del mítico Lula da Silva, están ahora bajo la sospecha de tráfico de influencias. El caso Petrobras (joya de la corona industrial brasileña) ha sido como un ‘tsunami’ que alcanzó los extractos empresariales y políticos más altos.

Odebrecht, principal constructora brasileña, fue inundada por las tumultuosas aguas del escándalo de corrupción. En junio pasado su presidente fue arrestado y el Comité Olímpico brasileño y el Alcalde de Río, Eduardo Paez, contuvieron el aliento, pues es Odebrecht la encargada del Parque Olímpico.

“Todas las obras olímpicas avanzan de forma adecuada, dentro de los plazos para garantizar tanto la realización de los 44 eventos de prueba como de los propios Juegos”, declaró recientemente Marcelo Pedroso, presidente de la Autoridad Pública Olímpica. “Serán los Juegos más baratos de la historia”, señaló Paez una vez el vendaval contra Odebrecht aminoró.

La Villa Olímpica presenta 85% de avances. Albergará a 18 mil atletas en 3,600 departamentos, mismos que serán puestos en venta una vez pase Río 2016. La inversión privada ha cargado con la mayor parte del peso financiero –y es por eso que el Alcalde es tan optimista respecto a los costos- pero casos como el de Odebrecht solo invitan a echar a volar la imaginación y no de manera positiva.

Los ciudadanos de Río, y de todo Brasil, están silenciosos; no marchan, pero tampoco festejan ni tienen grandes expectativas.

Hay indignación por el aumento del presupuesto Olímpico, 35%. También sospechan sobre la construcción de obras olímpicas en detrimento de infraestructura con estándares olímpicos -como el Centro Acuático Marí Lenk- que fueron usadas recientemente en los Juegos Panamericanos 2007. Y el ciudadano se alinea con los pobres que fueron desalojados de Vila Autódromo, el barrio popular contiguo a la Villa Olímpica.

El Comité y las autoridades pretenden emular lo hecho en el Mundial: 85 mil agentes, (soldados y policías) custodiaron la justa futbolística y no hubo mayores incidentes. Es el doble de lo que tuvo Londres en 2012, y habrá un cuerpo especializado antiterrorista.

El comité también quiere que el gobierno decrete 16 días festivos durante los Juegos para evitar el colapso vial y tener mayor control sobre la seguridad en la bulliciosa Río.

El deterioro económico brasileño (el país perderá 1.5% de su PIB este año), ha llevado a la crisis política y amenaza a la sociedad con devolver a millones a la pobreza –no hace mucho, 30 millones escaparon de sus garras. Brasil ya no es una de esas superestrellas económicas de las cuales hablaba Jim O’Neill en el lejano 2001 (Dio origen al acrónimo BRICS).

Está programada para el 16 de agosto una manifestación contra el gobierno. Será un termómetro que indicará el grado de descontento que ha acumulado el brasileño y si los Juegos estarán amenazados por la irritación popular. En este momento, Brasil, todo, parece aludir las palabras del padre del Olimpismo moderno, Pierre de Coubertin: “...la cosa más importante en la vida no es el triunfo sino la lucha”.