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Barcelona: una mala semana y punto

BUENOS AIRES -- No es común que al Barcelona le hagan cuatro goles. Más extraño todavía es que esto suceda dos veces seguidas. Pero para no darle ribetes dramáticos a una situación que no es habitual, conviene poner las cosas en su contexto.

Primero: por más copas en juego que haya, estamos hablando de partidos de pretemporada. Es cierto que nadie juega para perder y que Luis Enrique y los suyos seguramente preferirían haber sumado un trofeo más a las vitrinas blaugranas, pero al mirar qué tipo de alineación presentó el Barcelona se entiende mejor qué tipo de prioridad le dio a estos encuentros.

Segundo: Luis Enrique paró una alineación alternativa en los tres encuentros que jugó en la última semana. Con más o con menos variantes, jamás se vio al Barcelona que se verá cuando empiecen tanto La Liga como la UEFA Champions League.

Eso, incluso en un equipo de primerísimo nivel mundial, influye casi siempre en la producción futbolística y, muchas veces, en el resultado. Porque la conexión entre líneas sufre: el Barcelona comienza a generar juego en su última línea, incluso desde los pies de su arquero.

Cuando los ejecutores cambian, la pelota llega distinto al mediocampo y a los delanteros, si es que llega. Como en una remake cinematográfica, por más que el libreto sea el mismo, los actores alternativos no hacen llorar ni reír como los originales.

Así fue que, incluso cuando le ganaba 4-1 al Sevilla, el Barcelona no mostraba el juego homogéneo al que nos tiene acostumbrados. Generaba menos de lo habitual y no creaba tantas situaciones: dos goles habían sido a partir de sendos tiros libres de Messi y otro de un error de la defensa rival.

Tercero: dentro de la apuesta por una formación distinta, para un equipo ofensivo, aunque parezca paradójico, los cambios que más se sienten son los de la defensa. Así sufrió su primer sacudón contra el Sevilla, donde un 4-1 a favor se convirtió en un 4-4 que, inclusive, podría haber terminado en derrota si el Sevilla hubiera concretado un par de chances.

Lo habíamos notado durante la era Guardiola, cuando por ejemplo coincidían las bajas de Puyol y Piqué, y el problema reapareció en los primeros meses de Luis Enrique: el Barcelona puede reemplazar de manera más o menos correcta a uno de sus defensores, pero cuando tiene más cambios en su última línea, comienza a ofrecer demasiadas ventajas.

Mathieu, por ejemplo, se ofrece como variante tanto en el centro de la defensa como en una punta, en lugar de Jordi Alba. Aunque en el lateral, una función que no siente como natural, se nota que su capacidad de reacción no es la mejor ante atacantes veloces y que le enganchan hacia adentro.

Por otro lado, como central suele rendir más cuando tiene de compañero a un habitué de esa posición. Lo cual lo limita si tuviera que alinearse junto a Mascherano, quien a su vez, como volante central retrasado, necesita defensores de origen a su alrededor.

Cuarto: todo lo que se había preanunciado ante Sevilla se concretó en la ida frente al Athletic de Bilbao. Luis Enrique había pasado con lo justo la prueba de la Supercopa de Europa y quizás fue demasiado a fondo con la fórmula del recambio.

Puso a tres de cuatro suplentes en el fondo, un mediocampo sin titulares y solamente mantuvo a cuatro jugadores en sus puestos dentro de los once titulares: Ter Stegen, Dani Alves, Messi y Suárez, ya que Mascherano estuvo de entrada pero como volante central, un lugar que no es el que suele ocupar en Barcelona.

Esa confianza que tuvo el técnico se entiende tanto desde la necesidad de probar opciones, como también de no desgastar a sus mejores jugadores cuando apenas empieza una temporada que será muy exigente. Y no es que los suplentes del Barcelona no tengan nivel: pero poner a tantos juntos con tan pocos referentes terminó siendo una apuesta demasiado arriesgada.

Quinto: tanto hablar del Barcelona deja al costado todo lo bueno hecho por el Athletic de Bilbao. Desde el golazo de San José tras el despeje de cabeza de Ter Stegen (todos le caen al arquero, pero ¿alguien vio a algún mediocampista presionar para evitar o forzar el remate?), pasando por cómo aguantó la ventaja mínima, hasta el show de la efectividad que llevó el marcador a cifras increíbles.

Fue el partido perfecto para el Athletic. Y por si le faltaba algo a la hazaña, supo también cómo manejarse en la vuelta, que empezó con un Barcelona a toda máquina y siguió con un gol antes del descanso como para mantener la ilusión blaugrana. Pero después de la irresponsable expulsión de Piqué, el Athletic volvió a tomar control, empató y hasta podría haberse llevado otra victoria de haber embocado un par de contragolpes.

Sexto (y último): más allá de los errores, de los goles recibidos y de haber dejado pasar la oportunidad de ganar los seis títulos del año, el Barcelona no debe perder de vista el verdadero objetivo. Que no es el Mundial de Clubes ni defender el título local, sino conseguir lo que nadie pudo en la historia de la Copa de Europa desde que comenzó la era Champions League: consagrarse dos veces seguidas.

El resto es palabrerío que más de una vez hemos repasado -y criticado- en esta columna. No hay que inventar una crisis donde no la hay ni dramatizar sin sentido.

Fue hace muy poco, en enero de este año, cuando demasiados opinadores dieron por terminado el ciclo de Luis Enrique, aseveraron que la relación con Messi estaba rota y su partida del banco sellada. Cinco meses después, el Barcelona ya había ganado los tres títulos en juego de la temporada 2014-15.

Ojalá aprendamos de la historia y dejemos las cosas en su justa dimensión: fue una mala semana de preparación para un Barcelona con muchos cambios. Y, sin embargo, sigue siendo tan candidato como siempre a ganar todo lo que tenga por delante.

Felicidades.