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La penúltima jugada

Pele Mexsport

MÉXICO -- Imposible olvidarla. El pase viene filtrado, en diagonal desde tres cuartos de cancha y un poco cargado a la derecha. Lo envía Eduardo Gonçalez de Andrade, mejor conocido como Tostão, número 9 de la selección brasileña en el Mundial México 70. El balón pasa rápido entre dos defensas, a ras de suelo, y va dirigido al 10 de la casaca amarilla, es decir, a Pelé.

El eje del ataque avanza hacia la pelota tanto como el portero rival, el uruguayo Ladislao Mazurkiewics. El esférico se aproxima al punto en el que Pelé y el arquero de apellido aparatoso quizá estallarán en un choque de esos que inevitablemente dejan lesionados. El brasileño, sin embargo, parece unos centímetros más cerca del balón y todo el mundo espera que corte la dirección del pase, eluda al portero y se encarrile solo a la portería. Pero tal jugada no ocurre, sino uno de esos pequeños y verdaderos milagros que el futbol produce muy de vez en cuando. El mundo fue testigo de, quizá, una de las más grandes muestras de genialidad del genio Arantes do Nascimento. En vez de proceder de acuerdo a la lógica (es decir, hacer contacto con la pelota antes de que el guardameta la despeje), Pelé pasa de largo y deja pasar de largo, en sentido contrario, el balón, lo que deja sólo, anulado, al cancerbero charrúa.

En este punto podría pensarse que Pelé no hubiera alcanzado el balón, pero la prueba irrefutable de que sí lo hubiera alcanzado pero que decidió no hacerlo para trabajar mejor una pantalla fue que de inmediato, tras anular al arquero, fue tras la pelota para disparar hacia las redes. Pelé sabía que su finta había funcionado, no que había sido un error del portero o una jugada accidental. Alcanzó el balón y ya con menos ángulo, pues dos defensores llegaron a cerrar la puerta, disparó al segundo palo. Lo que pasó fue casi trágico: acaso la mejor jugada del Mundial 70 no había sido coronada con el gol, sino con un disparo que casi lo fue, que casi lamió el poste y se escurrió por la línea de meta.

Reconstruyo la secuencia con el mayor detalle posible simplemente para que la leamos en cámara lenta, tal y como debe leerse una jugada de esa dimensión desconocida. También, para explicar que no es común la inmortalidad de las penúltimas jugadas, es decir, de las aproximaciones.

El futbol, lo repiten a diario aquí y allá, se gana con goles, es decir, con jugadas que concluyen con la pelota en las redes. En el juego de ida por la Copa Libertadores, casi al final del ríspido encuentro entre Tigres y River, Jürgen Damm quedó sólo frente a Marcelo Barovero, guardamenta de los Millonarios. Todos sabemos qué pasó en aquella acción: en vez de tirar directo o bombeado (con vaselina, como dicen en España), o en vez de pasar en diagonal al compañero que cerraba por la izquierda, decidió por el corte: abrió a su derecha, logró eludir parcialmente al portero pero el balón quedó un poco largo. Hubo un instante en el que Damm tuvo una segunda oportunidad para disparar, pero una estirada extra de Barovero obligó al joven delantero a abrir más, tanto que su ángulo quedó totalmente cerrado y fue obligado, ahora sí, a buscar el pase. Lo que siguió fue un desastre: Damm trató de habilitar a su compañero pero la pelota fue rechazada por un defensor, y fin, Tigres no pudo anotar el valioso tanto que lo hubiera llevado al partido de vuelta con una mínima ventaja, pero ventaja al fin. Ahora, por más optimismo que se ponga en el futuro, se ve harto difícil que el equipo mexicano se alce con la Libertadores. Creo que River tiene en el juego definitivo la apuesta más importante de sus últimos veinte años, pues la Libertadores en sus vitrinas sería el paso más amplio hasta ahora para alejarse del bochorno que le propinó su caída de 2011 hacia la B. En otras palabras, River buscará ganar sí o sí.

Ahora bien, lo que pasó en el minuto 83 en el Volcán nos deja una conclusión. Cuando la jugada no termina en gol, cuando el posible anotador se extiende, se embrolla y no liquida, es muy difícil que la penúltima jugada quede con letras de oro en la historia. Más bien, la tendencia es a olvidar esas fallas, o a recordarlas sin alegría, con siempre renovada pesadumbre. El caso de la penúltima jugada de Pelé contra Mazurkiewics es la excepción; la recordaremos siempre por su grandeza y también porque no lastimó el resultado del equipo encabezado por Zagallo: Brasil ganó 3-1 a Uruguay y luego fue campeón.

Jaime Muñoz Vargas es escritor, maestro, periodista y editor. Entre otros libros, ha publicado El principio del terror, Juegos de amor y malquerencia, Las manos del tahúr, Polvo somos, Ojos en la sombra, Leyenda Morgan y Parábola del moribundo. Ha ganado, entre otros, los premios literarios nacionales de Narrativa Joven (1989), de novela Jorge Ibargüengoitia (2001), de cuento de San Luis Potosí (2005), de narrativa Gerardo Cornejo (2005) y de novela Rafael Ramírez Heredia (2009). Escribe y publica muy frecuentemente artículos, ensayos, reseñas y crónicas en México, España y Argentina. Es maestro y editor de la Universidad Iberoamericana Torreón.