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La esperanza nunca se pierde

Gyllenhaal encarna al sufrido Billy Hope Gentileza Diamond Films

BUENOS AIRES -- Billy Hope parece tenerlo todo: campeón mundial unificado de los medio pesados, invicto en 41 peleas, 4 defensas exitosas y un estilo que le permite, por ejemplo, llenar el Garden. Encima, tiene una bella esposa y una hija cariñosa y tierna.

Dicho de otra manera, con semejante comienzo se puede esperar cualquier cosa, menos una historia teñida de color rosa, sino de color rojo sangre. Como la misma sangre que baña el cuerpo de Billy Hope, cuyo estilo salvaje de pelea lo lleva a recibir tremendos golpes y cortes.

Y, si, la tragedia se ve venir y viene y arrasa con todo, casi hasta con el propio Billy (Jake Gyllenhaal), cuyo apellido por algo es Hope, esperanza. Cuando cualquier otro bajaría los brazos, él trata de encontrar su redención en lo único que conoce, que es el boxeo.

Así que se irá a fregar pisos a un pequeño gimnasio de Nueva York, en donde –esto es casi imposible de evitar en estas historias- encuentra a un viejo y sabio entrenador, interpretado por Forest Withaker. Aunque no trabaja sino con chicos de la calle, romperá su promesa para entrenarlo a Billy para lo que él necesita, una revancha...

La bella esposa es la bella Rachel McAdams: los dos se conocieron en un hogar de huérfanos en el Hells Kitchen de Nueva York. Y, aunque ella lo cuide y hasta le maneje parte de la carrera, él es lo que es, un boxeador. “Tendrías que pensar en tomarte un buen descanso, tus peleas son muy duras”, le aconseja ella. “¿Y de donde creés que salió esta casa, y lo que paga el colegio de la nena?”, responde él. Luego vendrá la tragedia, claro.

Forest Whitaker, como quedó dicho, es el viejo maestro que por las noches se enfrasca en un pasado de perdedor junto a una copa de whisky, pero que aceptará el desafío. Y por allí anda 50 Cent, encarnando al clásico promotor que con un gesto amable, siempre está al lado del ganador (de hecho, 50 Cent estuvo asociado a Floyd Mayweather).

Todo bien: la película es muy dramática, las escenas de boxeo son fuertes y realistas y la historia está contada sin pausas y a paso firme.

Pero siempre queda la esperanza. Y la esperanza, o sea Billy Hope, es Jake Gyllenhaal, quien se adueña de toda la historia. Y de la película. Y nos hace olvidar de quién es para meternos en la vida de un boxeador salido de la miseria, un boxeador temperamental que solamente conoce la pelea sin cuartel. Un boxeador que no quiere fregar pisos porque fue campeón mundial y que, con tal de recuperar a su hija, acepta con humildad lo que se le pida. “Ahora te voy a enseñar algo que no conocés”, le dice su entrenador. “La defensa”.

Y ahí se meterá Billy Hope, a aprender a defenderse, a perfilarse, a cambiar de guardia y convertirse en zurdo, con tal de ganar la pelea de su vida (su rival en la ficción es un boxeador colombiano, que fue parte de la tragedia que envuelve a Billy Hope).

“Van a vender esta pelea como si fuera una revancha”, dice Billy Hope. “Está bien, pero es parte del negocio”. Tal vez la verdadera revancha de Billy sea con la vida y su necesidad de redención.

Encarnado es Jake Gyllenhaal, es absolutamente creíble, hasta hacernos olvidar del actor. Su entrenamiento en el gimnasio de Floyd Mayweather fue muy riguroso y se le nota en el físico y en la actitud, pero más allá del entrenamiento, está lo que no se ve y es la actitud y el armado de un personaje creíble y querible, las dos cosas.

La parte boxística ha sido muy cuidada en los detalles pero aunque las escenas sean sangrientas y dramáticas, pero creíbles, queda en pie, ante todo la actuación de un gran actor.

Eso si, lleven pañuelos...