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Raro, como apagado

BUENOS AIRES -- Si tuviera un par de días de tregua, Marcelo Gallardo se haría una escapada para conversar con Luis Enrique, DT del multicampeón Barcelona, y acaso con Pep Guardiola, que condujo al equipo catalán cuando empezaba a ser imbatible.

El tema de la charla, recurrente en el deporte y difícil de resolver, es cómo mantener la energía y la motivación después de ganarlo todo. Cómo regresar el lunes a la oficina después de un fin de semana largo y descontrolado.

Barcelona supo hacerlo. Y sabe hacerlo cada vez. Luego de ganar, por caso, la Champions, ante lo más granado de Europa, desciende al espacio de los mortales para enfrentar a un equipo medio pelo de la liga española (casi todos lo son).

Y los futbolistas, estrellas cansadas de levantar copas y contar billetes, de algún modo misterioso parecen conservar el interés. Y vuelven al triunfo.

River no llegó a tanto, es cierto. Pero viene de una reivindicación histórica al ganar la Copa Libertadores, cerrando así el ciclo compensatorio luego del descenso de 2011.

También llevó su renovado fulgor a Japón y alzó un trofeo más, de regular importancia pero útil para promover la camiseta en confines donde la Argentina es sólo una remota tierra de tango. Un adorno nuevo en la vitrina –y otra anotación destacada en las estadísticas mundiales– nunca está de más.

Luego de eso, sufrió dos derrotas consecutivas en el torneo doméstico ante dos equipos que lejos están de sembrar el asombro.

Con San Martín de San Juan, en el Monumental, todavía se le podía echar la culpa al jet lag, el trajín internacional, la falta de descanso y de preparación metódica de los partidos.

Pero frente a Estudiantes, con el tiempo necesario para dormir y entrenar, el equipo de Gallardo dio la impresión de haberse gastado lo mejor (todo) en la reciente competencia consagratoria.

Por momentos, River parecía agotado (no en términos físicos, sino incapaz de renovarse). O con el interés en baja. Uno de esos momentos fue el gol de Ezequiel Cerutti, el del empate.

La defensa de River aguardó el final de una serie parsimoniosa de triangulaciones muy cerca del área. Como si se sintiera inmune a los esfuerzos de Estudiantes o le importara poco el desenlace de la acción. Curiosa imagen.

Luego, el equipo, que no había jugado mal, se desmoronó, perdió el partido y relegó sus ambiciones en el mega torneo de 30, pues quedó a nueve puntos de San Lorenzo y Boca, aunque con un partido menos. Y entre River y los punteros ya hay demasiados intermediarios.

“Después del gol del empate no pudimos volver al partido”, reconoció Marcelo Gallardo. ¿Tan sólo un gol es factor suficiente para irse mentalmente de la cancha? No luce como la expresión más lógica en un equipo que debería estar con la moral en alto.

“Habrá que trabajar en la semana”, siguió Gallardo, sin agregar mucho, porque se salteó hablar sobre cuáles puntos específicos abordará la tarea.

En principio, debería convencer a sus futbolistas de que el presente es un bien preciado. Que el torneo doméstico merece un esfuerzo y que el Mundial de Clubes es todavía una instancia lejana. Casi una ilusión. La grandeza ¬–pregúntenle al Barcelona– se conquista cada día.