Alejandro Caravario 9y

El discreto encanto de San Lorenzo

BUENOS AIRES --  Cuando Emanuel Mas se excedió peligrosamente en la extensión de su pierna y vio la justificada tarjeta roja, Edgardo Bauza privilegió el orden y el equilibrio. Aunque San Lorenzo precisaba ganar para impedir que Boca se le escapara en la punta, el entrenador decidió que entrara Ramiro Arias, defensor, en lugar de Sebastián Blanco, quizá su futbolista más imaginativo y piloto de las pocas acciones profundas de su equipo hasta entonces.

La formación local recompuso así su línea de cuatro. Banfield, en el segundo tiempo, lo había puesto en aprietos, y Bauza prefirió consentir el empate antes que lamentar un mal mayor.

¿Lectura correcta del partido o incorregible espíritu conservador? Creo que al DT, de voluminoso legajo, lo tienen sin cuidado los adjetivos que le endilguen. Su idea de la estrategia no se agota en un partido. Por eso, en lugar de apostarlo todo a un duelo que venía complicado –lo que hubiera hecho algún otro técnico más impulsivo– enfocó el partido largo, el que dura hasta el final del torneo.

Después de todo, si se trata de descontar puntos, la próxima fecha –la ya célebre 23ª, que coincide con el viaje de la Selección– tendrá a Boca enfrente, el gran rival en esta competencia que ya parece haber filtrado a buena parte de los candidatos (River, sin ir más lejos).

Así como a los jugadores se les reclama paciencia para macerar las acciones ofensivas, no precipitarse a la hora de elegir el pase, Bauza lo aplica a sus labores en la conducción. Y, antes de efectuar una movida taquillera, que lo confirme como un entrenador ofensivo y por lo tanto apto para liderar un equipo grande, calcula a largo plazo. Al fin de cuentas, del mismo modo que se dice que San Lorenzo resignó dos puntos, el DT podría sacar pecho y rescatar que se trata del partido número 15 sin perder (y los últimos cinco, en las distintas competencias, habían sido triunfos).

El asunto es que, más allá de los puntos cosechados, San Lorenzo no impresiona por su juego. Sin embargo, nadie podría decir que es por su afán defensivo. Por caso, dispone de dos delanteros centrales, ambos animales de área, junto al ligerísimo Héctor Villalba, a los que asiste el pie sutil de Sebastián Blanco. No parece un dibujo amarrete.

Por lo demás, las bandas son una avenida de tránsito permanente para Julio Buffarini y Emanuel Mas. Y es quizá esta persistencia, que por lo general termina en centro, lo que a veces modela la imagen de equipo embarullado o reiterativo.

Muy a menudo, el diseño final de la jugada no queda en manos de los futbolistas más claros. Algo que sí sucede en la salida, gracias a la precisión de Juan Mercier y Néstor Ortigoza. No siempre lúcido, no siempre elegante. Pero San Lorenzo va y va. Como si pretendiera horadar la piedra. Y cuando no es una buena tarde, como ante Banfield, no se desespera. Procede como los corredores de fondo.

Sensatez, organización, perseverancia: tal es el discreto encanto de este equipo que se perfila para luchar hasta el último día por el premio mayor.

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