Alejandro Caravario 9y

Manual para tratar heridos

BUENOS AIRES -- River llega al Superclásico en mejores condiciones que su oponente. Eso indican los papeles. El domingo pasado, obtuvo una categórica victoria -hubo mediación de la fortuna, hay que decirlo-, en la que emergió el poder ofensivo que siempre está latente pero últimamente aparecía poco y nada.

De todas maneras, esa victoria balsámica, esa vitamina inestimable de cara al partido con Boca, la logró con un equipo alternativo. Gallardo debe haber estado frente a un dilema curioso. Tuvo que remover, porque regresaron los titulares, buena parte de la formación que jugó el mejor partido en mucho tiempo.

En efecto, los seleccionados Kranevitter, Carlos Sánchez y Álvarez Balanta son número puesto para un choque de esta envergadura. Y también regresará Mora, al que algunos valoran como un amuleto frente a los de azul y amarillo. El uruguayo, algo frágil físicamente y cargado de amarillas, fue al banco ante Nueva Chicago con la intención de preservarlo para el plato fuerte.

River entonces será un River clásico. Los de siempre, menos Vangioni, ausencia obligada por lesión. En ese lugar estará el refuerzo Casco. Al margen de que la alineación de River casi puede recitarse de memoria, habrá que esperar cómo es la recuperación de Maidana. También hay que apuntar que Bertolo y Viudez ya se restablecieron de sus dolencias, de manera que el entrenador incluye en su panorama dos variantes nada despreciables.

Sin embargo, en la cabeza de Gallardo debe rondar una idea todavía más relevante que los nombres a escoger: cómo usar la indudable ventaja con la que llegan sus dirigidos. Por más que la fraseología deportiva insista en que los clásicos son partidos excepcionales, al margen del contexto, es imposible extrapolar a los equipos de sus actuales estados antagónicos.

Boca viene de perder un clásico. Arruaberrena no ha demostrado precisamente uñas de guitarrero para los partidos grandes, así que le urge rectificar esa tradición. Por lo demás, el equipo viene de dos eliminaciones consecutivas frente a River en copas internacionales. La última, con el memorable escándalo al que se puede ubicar perfectamente en el género de comedia dramática.

Qué se hace con la imperiosa obligación ajena. Cómo usufructuar esa necesidad, tanto en el talante con que se juegue como en la disposición táctica. Se escucha a menudo que River apuesta a una identidad ofensiva que pretende invariable. Tal vez. Pero cuando tuvo que salir a amedrentar a este mismo adversario con algunas artes discutibles pero por lo visto eficaces, lo hizo sin ruborizarse.

No digo que haya sido una instrucción del técnico. Sí fue la actitud del equipo. Lo más atinado, en consideración de que River no es un equipo adiestrado para esperar y responder, sería impacientar más al adversario con una posesión constante. Desarticular de ese modo el frenesí que tal vez los visitantes intenten imprimirle al partido. Duplicar la paciencia que normalmente requiere la organización del juego, la circulación de la pelota.

El entrenador de River, que conoce mucho mejor el paño que este columnista lanzado a la especulación, dispuso de varios días para macerar sus dudas (si es que las tuvo) y para ensayar en la intimidad de los entrenamientos.

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