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El azar y la inoperancia

El uruguayo hizo un gol y fue clave en el triunfo por Copa Argentina Getty Images

BUENOS AIRES -- En primer lugar, habría que reflexionar sobre esa muletilla que habla de “preparar el partido”. Se supone que, en la semana, jugadores y DT realizan entrenamientos específicos según el rival de turno. Pero sucede que, ante River, la “preparación” de Arruabarrena excluía a Lodeiro. Y, por una fatalidad ocurrida al minuto del clásico -Gago sufrió una lesión seria-, el uruguayo entró y no sólo marcó el único gol, sino que durante el primer tiempo, cuando hubo un mínimo de juego organizado, fue el eje del equipo.

Se puede afirmar entonces que el triunfo de Boca, que ahora retoma la punta, obedece en buena medida al azar. A la incidencia de sucesos imprevistos, ajenos a cualquier planificación y a cualquier intento. El caso Lodeiro ejemplifica bien el partido disputado en el Monumental. Porque es imposible analizarlo por fuera de ese episodio aislado -y también con algo de fortuito- que fue el gol.

Es imposible de explicar dentro de una lógica de merecimientos o de supremacía en las acciones. No hubo un argumento coherente, algo más allá del caos. Ninguno de los dos jugó a nada. Ninguno de los dos “preparó” nada. Boca obtuvo esa mínima luz (por ese mínimo esfuerzo) en la primera parte y eso fue todo. Allí plantó bandera. Ni siquiera intentó el contragolpe. Su máxima aspiración fue que Tevez, de flojísimo partido igual que el resto, aguantara la pelota de espaldas al arco adversario a la espera de una infracción.

River, en la necesidad, no desplegó una sola idea que no fuera el pelotazo ciego, sacarse la pelota de encima. Parece que, regidos por la presión de la tribuna y del periodismo, los futbolistas salen tiesos por el estrés a jugar los clásicos. Y lo único que les interesa es pasar el examen de coraje y picardía. Por eso se empujan, se pegan patadas, fingen todo el tiempo, demoran, protestan. Y ahí se les acaba el ingenio y el talento, aun a los mejores.

Porque la mediocridad se esparce con velocidad y eficacia, como otras enfermedades. Nadie demuestra haber previsto un apartado sobre el juego coordinado dentro del libreto. De modo que se gana con muy poco. Se toma un rebote, como lo tomó Lodeiro, y a cobrar el premio. Después de un gol, ya nadie hará nada.

Uno (Boca) porque estima que no le conviene exponerse a algo distinto a la fricción defensiva. Y otro (River) porque no tiene más argumentos que una cara de guapo impostada para aspirar a la quimera del gol. El clásico los acobarda, los vuelve conservadores y torpes. La emoción no alcanza para justificar la cita multitudinaria. Porque sin juego no existe emoción.

El público no es tan imaginativo como para desarrollar una ficción que mejore lo que observa en la cancha. Los demás clásicos de la fecha -salvo Independiente-Racing- parecen confirmarlo. El domingo pasado ante San Lorenzo, Boca padeció lo que esta vez le dejó rédito. Un solo golpe (un mero error) bastó para que perdiera. Se ve que la mínima inversión es lo que rinde. Y que un gol a favor basta para echarse a dormir al sol.

Quisiera hacer una salvedad: al margen de las discutibles elecciones sobre figuras prominentes, me gustaría destacar a Emanuel Mammana, un joven que persevera en sus convicciones, en su preferencia por el buen juego. A él no le pesan los clásicos. No le teme al veredicto de la tribuna. Y aunque comete errores por intentar una salida limpia o la gambeta, da gusto verlo en la cancha.

Es el único que merece el elogio sin ambages y las alturas promocionales del Superclásico.