Alejandro Caravario 9y

Para todo el mundo

BUENOS AIRES -- Hace un par de semanas, cuando su suerte en el torneo de 30 equipos parecía sellada, Marcelo Gallardo anunció que River se enfocaría en sus desafíos internacionales.

En realidad, esa determinación se tomó un tiempo antes, en momentos en que las chances en el campeonato doméstico aún permanecían latentes.

A comienzos de agosto, apenas levantó la Copa Libertadores, River emprendió un fatigoso viaje a Japón –país cuyos misterios deslumbran al club porteño, está a la vista– para disputar la Copa Suruga Bank.

El torneo es menor, pero el DT arriesgó a sus mejores muchachos en aquella aventura. Evidentemente, hace rato que Gallardo evalúa que el lugar de River es la arena internacional.

Un adelanto ocurrió a finales del año pasado. River, bien perfilado para quedarse con el torneo local, dejó escapar un partido clave ante Racing –luego sería el campeón– por reservar a los titulares para la Copa Sudamericana.

En aquel entonces, Gallardo debía coronar con algún título el fútbol festivo impuesto como distintivo del equipo, prolongando así las cálidas señales del público.

River, por lo demás, sumaba 17 años sin ganar copas del otro lado de las fronteras. De modo que la prioridad podía entenderse.

Pero que ahora el cuerpo técnico se sienta más a gusto en los octavos de final de la Sudamericana (ante la modesta Liga de Quito), que luchando codo a codo por el gran premio vernáculo suena a retroceso.

Quizá obedezca a una estrategia de marketing. Quizá la brigada comercial del club haya pensado en vender miles de camisetas y en diseminar la marca por todo el planeta. La planificación gerencial no se discute, pero ese no es el rol de Gallardo.

Aun así, River, si se dice grande, no puede estar en vilo durante seis meses sólo porque lo aguarda un hipotético encuentro ante el Barcelona, en el Mundial de Clubes.

Un certamen discreto que, por caso, el mismo Barcelona pondera por debajo de su preciada liga. Aunque River, su más serio rival en esa lidia, sea el campeón de América y bastante superior al Getafe o el Eibar, entre muchos otros.

Colocar en el norte de las aspiraciones la Copa Libertadores tal vez sea una política sensata. Pero deslumbrarse con cualquier competencia o rival sencillamente porque se juega lejos de casa parece un capricho (o un mero ejercicio contable) y no una planificación deportiva.

River construyó su grandeza merced al rosario de torneos acopiado durante más de un siglo en estas pampas. Salir al mundo es muy recomendable y una obligación de los campeones.

Sin embargo, hay que considerar que el ruedo internacional no siempre implica un brillo que desmerezca el histórico calor de los domingos en la cancha de siempre.

^ Al Inicio ^