<
>

Ambriz vivió un impaciente duelo ante Jaguares en el Azteca

Mexsport

MÉXICO -- Ignacio Ambriz entró a la cancha del Estadio Azteca sin pena ni gloria, ni abucheado, ni aplaudido.

El entrenador del América caminó a paso lento a su banquillo, donde ya lo esperaba su cuerpo técnico y los suplentes.

En ocasiones metía las manos a las bolsas de su pantalón, en otras cruzaba los brazos mientras veía el partido al filo de su área técnica. Ambriz solo iba a su banquillo cuando el balón no estaba en juego.

Aplaudió el gol del América, mientras Paul Aguilar festejaba con su típico baile a unos metros del banco de suplentes.

Cuando cayó el tanto del empate para Jaguares, Ambriz con los brazos cruzados vio como festejaba el equipo visitante, mientras con los brazos le pedía a su equipo que no se cayera.

Aprovechó jugadas a balón parado a su favor para mandar a llamar en dos ocasiones a José Manuel Guerrero. A lo lejos no daba indicaciones, solo lo hacía cuando veía que era buena opción abrir el juego para Andrés Andrade o Paul Aguilar, quienes jugaban en la banda cercana al donde se encontraba, con su brazo derecho pedía, sin insistir, que le dieran el esférico a cualquier jugador.

Terminó el primer tiempo, se fue solo al vestidor, por delante de los jugadores y su cuerpo técnico. Lo mismo pasó en cuando inició la parte complementaria, sin embargo en esta ocasión fue el último en llegar al banquillo y de inmediato se paró para presenciar el juego.

América volvió a tomar ventaja y le aplaudió a sus jugadores, quienes a lo lejos festejaban el tanto de Michael Arroyo. Al ya no estar Aguilar a Andrade cerca de esa banda, ahora solo extendía el brazo izquierdo para pedir que le dieran el balón a Miguel Samudio y Michael Arroyo.

El resto del encuentro se la pasó con los brazos cruzados, salvo cuando habló con su cuerpo técnico para hacer modificaciones.

A pesar de que la ventaja era de un gol y de que Jaguares buscaba el empate, Ambriz mantuvo la calma. Terminó el cotejo, saludó a la banca rival, camino en compañía de Ricardo La Volpe, para luego felicitar a sus jugadores, con los que se fue al vestidor.