<
>

Segunda selección

BUENOS AIRES -- A pesar del gran partido que disputaron –raro cuando hay algo importante en juego–, San Lorenzo y Rosario Central favorecieron involuntariamente a Boca.

El empate le dejó el campeonato servido en bandeja al equipo conducido por Rodolfo Arruabarrena, que logró un magro triunfo ante el club más flojo del torneo.

La lucha por el premio mayor, que se había reducido a dos equipos, acaba de caducar. Queda, como interés de reserva para este novedoso torneo largo, la clasificación a las copas.

Un consuelo indigesto quizá para los equipos con pretensiones de grandeza, pero gran incentivo para aquellos que se asoman a la elite del fútbol poco menos que como infiltrados.

El enorme lote de clubes reunido en este certamen que pergeñó el extinto Julio Grondona dibuja un panorama de enorme desigualdad.

Mientras que los planteles extensos y de nombres codiciados se abocan a pelear por el título, los ascendidos en masa se contentan con permanecer en la categoría, siempre y cuando esto no dañe sus finanzas.

Las copas están dirigidas a ellos y a los que circulan por la mitad de la tabla con la premisa de hacer una campaña digna pero sin resto para pensar en más.

Porque, como en las ligas europeas, el título se mira y no se toca para la enorme mayoría. Es una discusión de la aristocracia, clase privilegiada que rara vez se renueva.

Pero los distintos torneos continentales le dan al campeonato un interés del que, de otro modo, carecería.

Por estos pagos no estamos muy acostumbrados. Para los argentinos el imán del interés se concentra en la cabeza y en la cola de la tabla. Vuelta olímpica o descenso. La gloria o devoto.

Pues no. Hay propósitos para todos los gustos y presupuestos. Ahora que Boca ha despejado el panorama y Daniel Angelici tendrá por fin algo para mostrar de su yermo mandato, el atractivo son los accesos a los distintos campeonatos del continente.

Una inestimable ayuda económica también para los clubes a los que las luces del centro –la primera división– les ocasiona más erogaciones que alegrías deportivas. Se sabe que la plata de la televisión oficial nunca alcanza.

Por lo pronto, el segundo en la posiciones se meterá en forma directa en la Libertadores. Nada mal.

Y los que finalicen entre el tercero y el sexto puesto irán a una liguilla en busca de otro lugar en el campeonato más importante de Sudamérica.

Tal vez para Independiente, que zurce pacientemente el orgullo herido y está volviendo a sentirse importante a fuerza de triunfos como el 3-0 a River, este torneo acotado no signifique el paraíso.

Pero para un club voluntarioso y acostumbrado a mirar la fiesta de afuera, como por ejemplo Belgrano, suena a música celestial.

Y ahí no se acaba la cosa. Los que se escalonen entre el séptimo y el decimoctavo puesto –vale decir, incluso los de performance discreta– se medirán en una subasta que ofrece cuatro plazas para la Copa Sudamericana del año próximo.

Por supuesto que este sistema de clasificaciones se conoce desde el vamos, pero ahora le empezaremos a prestar la debida atención.

Con el campeón casi consagrado, habrá que enfocar estos destinos alternativos. Un estímulo para los más modestos –la mayoría–, que están lejos de enlazarse en peleas mano a mano con los poderosos, una chance que sí parecía accesible con los torneos fugaces de los últimos años.