<
>

La otra Selección

BUENOS AIRES -- La Selección emprende una vez más el largo camino hacia el Mundial. La referencia es lejana (Rusia 2018), pero el nuevo norte acaso predispone a enfriar el pasado inmediato.

La última página del equipo de Martino extendió la deuda de años sin títulos. Con un agravante mentado de continuo: en las filas de la Selección revista el mejor jugador del planeta. De modo que las frustraciones duplican su efecto.

La historia de los hinchas argentinos en los últimos tiempos estuvo asociada a la espera. La espera no tan paciente de que, algún día, por el peso propio de sus talentos, Messi replicara las glorias alcanzadas con el Barcelona.

Anduvo cerca el equipo. De hecho, escaló hasta dos finales consecutivas, pero no fue suficiente.

Así las cosas, a sus pases mágicos y sus goles heroicos, Messi le aporta a la Selección un alto grado de presión externa. Leo carga con la expectativa no saciada que el público acumuló durante décadas.

Y aunque él, por temperamento, pueda absorberla sin que se le mueva un pelo, la obligación impuesta desde el vestuario (salir campeones o nada) perturba más que un rival de fuste.

Por la lesión lamentada a escala global, Messi no estará en la doble fecha eliminatoria ante Ecuador y Paraguay.

Ya se ha evaluado largamente el daño de esta ausencia. Lo han dicho los analistas y se lo han hecho decir a los jugadores.

Pero se podría pensar, más allá del déficit cuantioso en términos de juego, en algún rédito, aunque sea minúsculo.

“Jugar sin Messi tiene que ser un objetivo y no una excusa”, propuso Mascherano. Vale decir: hay que acudir a un armado alternativo capaz de remediar la falta y no llorar sobre la leche derramada. Más claro aún: en necesario romper con la paternidad de Leo.

El equipo entonces ya sabe que no surgirá una ráfaga genial para resolver partidos complicados. Y que el público no concentrará su mirada y sus ansias en un único protagonista.

Con Leo lastimado, la responsabilidad de socializa. Acaso Di María, otro jugador de lujo, vaya por la derecha –una posibilidad que a Martino le gusta porque tiene antecedentes alentadores– y haga de Messi con solvencia.

El requerimiento puede darle un vuelo mayor. Un permiso que la sombra de Messi quizá inhibe.

Lavezzi o Correa son los candidatos a ocupar la banda izquierda. En cualquier caso, no es descabellado pensar en un equipo de ricos argumentos ofensivos, capaz de sobrellevar las saudades.

Aun sin el doble fondo latente que Messi insinúa por mera presencia, el equipo puede mantener su fortaleza. Ya lo hizo en otras oportunidades.

Es cuestión de comprender que, sin el rey en la escena, son todos un poco más protagonistas de la suerte del equipo, al menos para el público. Que hay más terreno para explayarse.

Me parece que, antes que inspirar un sentimiento de abandono o debilidad relativa, esta realidad bien puede significar una liberación. La chance de perfilar una identidad que no esté subordinada a las luces y las sombras del número diez.