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Jurgen Klinsmann, cuestionado por el nivel de juego de los Estados Unidos

LOS ÁNGELES – Jürgen Klinsmann lo tenía claro: para vencer a México había que ser rácano, sólido en defensa y letal en el contraataque y a balón parado. Me pregunto qué gallo hubiera cantado de haberle salido bien la jugada porque lo cierto es que estuvo cerca (y fueron algunos los gallos que ya habían dado su opinión antes de la cita). Casi triunfan los argumentos ‘klinsmenianos’. Los goles llegaron basados en los supuestos del técnico y la defensa casi justifica los errores de una delantera mexicana que sufrió más de la cuenta antes de que Paul Aguilar sentenciara con la furia del que anota un gol en el último minuto de la prórroga ante más de 93,700 aficionados.

Pero los ‘casis’ caen en saco roto cuando la realidad abofetea y, sobre todo, cuestiona. Sí, porque es inevitable que Klinsmann esté en tela de juicio, no por sólo porque lo piense Landon Donovan, algún que otro periodista estadounidense o un núcleo de sus jugadores, sino porque las cosas no van bien. Aunque el alemán se muestre conciliador, aunque su semblante de sonrisa constante maquille una desazón con fundamento.

Con el primer puesto en la Copa Oro de 2013 dio la sensación de que la primera piedra para el soñado rumbo victorioso del proyecto Klinsmann ya estaba puesta. De ahí al cielo. Se clasificaron para el Mundial de Brasil y fueron capaces de llegar a octavos de final en un grupo en el que Alemania pasó como la mejor selección tras dejar en el tintero a la Portugal de Cristiano Ronaldo y a una selección de Ghana de sobra conocida. Cayeron en la siguiente fase contra la joven Bélgica. La cosa no iba mal teniendo en cuenta el pasado de los estadounidenses en los Mundiales. Lo de Klinsmann fue más de lo mismo pero con el valor añadido de su propia figura. Idolatrado por Sunil Gulati y la billetera de la Federación de Fútbol de EEUU que preside; garante de una manga más que ancha para formar, reclutar y moldear a futuros talentos. Sí, porque este que sabe lo que fue ganar un Mundial como jugador tiene el control absoluto del porvenir del fútbol estadounidense.

Pero el deporte rey no tiene memoria. Los síntomas de esperanza extrema pasaron a moderada y los últimos sinsabores colocan a Klinsmann en el centro de todas las críticas. De nada sirven los éxitos cuando los fracasos marcan la pauta del presente. El cuarto puesto en la Copa Oro de 2015 fue inesperado y absolutamente inadmisible para una selección que pretende ser líder en la CONCACAF. No se pudo dar la final soñada por la organización y en esa ‘final de repechaje’ disputada el domingo en el Rose Bowl Klinmann tampoco pudo salvar los muebles.

En la conferencia de prensa posterior al partido volvió a reconocer estar decepcionado por la decepción de la Copa Oro, justificó el mal balance con las actuaciones arbitrales y la excusa tras el 3-2 ante el Tri fue la mala fortuna en el último golazo de México. No hay excusas en el fútbol, hay resultados, responsabilidad y destituciones cuando toca. Quizás no sea el momento para pedir el adiós de Klinsmann, pero cuál es el crédito que tiene un entrenador que quita y pone a su antojo. Como seleccionador de Alemania y entrenador en el Bayern de Múnich, no tuvo el que hubiera querido. Y si no, que le pregunten de nuevo a Landon.

No hay casualidades cuando la selección sub-23 categoría está a un paso de quedar fuera de unos Juegos Olímpicos. También es su responsabilidad, también tiene que rendir cuentas por ello. La categoría inferior del fútbol estadounidense podría quedar fuera de sus terceros Juegos consecutivos si no vence primero a Canadá y luego a Colombia. Cada proyecto tiene su termómetro y el de Klinsmann está al rojo vivo después de cuatro años al frente de la selección y ante otros cuatro años más.

¿Cheque en blanco? ¿Contrato indefinido? No cuando las barras están dobladas y las estrellas no brillan.

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