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Fútbol platónico

Ante la andanada de críticas -y de algunos gestos de perplejidad por la pobreza expuesta-, el Tata Martino insistía en que "la idea no se negocia".

Al cabo de la doble fecha de apertura de la eliminatoria sudamericana, que ha insinuado un reacomodamiento del tablero, tal firmeza ideológica sugiere un norte seguro. Convicciones firmes.

Pero el módico punto obtenido, y sin convertir un gol en los 180 minutos, hace pensar que esa "idea" que el entrenador argentino sostiene como bandera, está más cerca de la declamación que de la praxis de su equipo.

Si nos olvidamos de su paso inocuo por el Barcelona -él mismo reconoce que no le aportó nada propio a ese magnífico equipo-, la referencia más feliz de Martino es el Newell's campeón de 2013.

Aquel plantel, cuya figura máxima era Ignacio Scocco, el goleador, tenía una vocación inamovible por la salida pulcra, con participación de un arquero-defensor, y por la tenencia de la pelota como garantía de dominio y elaboración. Además de la actitud ofensiva permanente. Había una "idea" reconocible en el andar del equipo.

Amén de los saberes específicos, que a Martino de sobran, un DT necesita elocuencia -digámoslo así- para convencer a los futbolistas de aplicar su propuesta.

Y este no parece ser el caso. La "idea", tangible y admirable en Newell's, acá se desmiente tanto en el accionar de los futbolistas cuanto en algunas decisiones del propio entrenador.

La renuncia de Tevez a jugar como nueve de área, posición en que lo prefiere Martino, tal vez sea la muestra más patente. Pero es apenas una.

La deficiente técnica -o la confianza encogida- de los zagueros (Otamendi, Garay y su reemplazante Funes Mori) les impide iniciar la salida limpia.

Para colmo, Romero no colabora. Al igual que sus colegas, teme comprometerse y enredarse, así que opta en general por deshacerse de la pelota, mandarla allá lejos, antes que insistir por lo bajo.

Sólo el acople de Mascherano posibilita el desahogo, pero al mismo tiempo resta un hombre en la mitad de la cancha.
En consecuencia, la ruta de los pases suele precipitarse. Cuando no se acude a la búsqueda de larga distancia, la gestión se delega en las irrupciones personales, a menudo aceleradas.

Di María es un ejemplo. Su vértigo y su inefable habilidad hacen estragos unos metros más adelante, en los duelos personales. Lo mismo sucede con Agüero y Tevez.

El armado requiere otros tiempos, otra paciencia. Caído en el primer partido Biglia, un jugador de pase más claro, un luchador con recorrido, Martino opta por Kranevitter y postula un doble cinco.

Además, por razones tácticas, el DT manda a la cancha a Lavezzi en reemplazo de Correa, delantero veloz pero más amigo del toque. Ergo: Pastore se quedó sin socios para urdir ataques. El repliegue de Tevez debe ser muy gratificante para él, pero no le ofrece alternativas a la Selección.

De modo que, en lugar de una "idea", nos encontramos con un surtido de improvisadores que proceden según su ADN. Es decir, en quinta velocidad.

Ni salida clara, ni elaboración, ni ofensiva eficaz. Tampoco una defensa sólida que garantice el aguante heroico. Ni chicha ni limonada.

Apenas, en el segundo partido, apareció algo más de carácter para abordar a un adversario que, a diferencia de Ecuador, parecía flojo en todas las líneas.

Quizá Martino no deba revisar su manual. Pero sí explicarnos mejor de qué habla cuando habla de "la idea".