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Respeten al campeón

BUENOS AIRES -- Se acostumbra en estos tiempos a celebrar los logros que aún no se consiguieron. Todos los días se tienen ejemplos nuevos, pero como una condena eterna, se sigue errando una y otra vez para recordar, luego del error, todos los pasos previos que se cometieron para llegar al colapso.

Cuando se produce un cimbronazo como el del jueves por la noche, con LeBron James anunciando su destino para la temporada 2010-11 de la NBA en un programa de televisión -el colmo de lo mediático, por cierto- los fanáticos desbordan de emoción y disfrutan del sabor del manjar sin siquiera haberlo visto en la mesa.

Hay veces que se pretende ser un vasto conocedor de literatura rusa sin haber leído diez páginas de Fiodor Dostoievski. O convertirse en abogado gracias a un curso acelerado de tres meses, ser el mejor cantante del mundo por un reality show de 15 días, hacerse millonario gracias a un golpe de suerte, ser campeón de la NBA antes de jugar un partido.

Esos son los tiempos en los que nos toca vivir -siempre acelerados- y el mensaje que muchas veces aparece en los medios de comunicación: todo lo que es lento y costoso no sirve, es desechable, aburrido y mejor olvidarlo tan rápido como vino la idea a la cabeza.

Pero aquí tendré que decir lo que pienso: lo lamento, pero la vida no es así. No está hecha de luces de colores al comienzo del camino, sino que aparecen cuando uno ya lleva varios kilómetros recorridos.
Como dice Alejandro Dolina, escritor argentino, en su magnífico texto 'Los garrones de la cultura', todo tiene su costo y el que no quiere afrontarlo es un garronero (pedigueño) de la vida.

Se le ha hecho mucho mal a LeBron James en los últimos tiempos y ha sido una víctima de la mercadotecnia más literal de la historia de la NBA. Sin maquillajes ni máscaras, ha trabajado de manera lineal, concreta y evidente sobre su figura. Lo ha nombrado 'El Rey' cuando sólo una vez estuvo cerca de la corona -en las Finales de 2004 entre Cavaliers y Spurs- y sólo ha servido para conspirar contra su propio talento.

LeBron James, el jugador físicamente más dotado de la última década en la NBA y uno de los mejores talentos de la historia de la Liga, ha decidido ganar ya. No importa el precio, no importa lo que pasó en Cleveland, Dan Gilbert, los fanáticos, su casa. No hace falta conocer el costo de la empresa; que sea rápido, efectivo, plausible, al menos para una porción de la gente que lo sigue.

James conspiró contra sí mismo al irse de Cleveland. Y no lo digo por una cuestión de afecto a su ciudad, ni a los fanáticos, ni a todo lo que lo rodeó en estos años. Sino por una cuestión estrictamente deportiva: su campeonato en los Cavaliers era cuestión de tiempo, pero tras el fracaso de los últimos playoffs se dio por vencido. Se desesperó y se olvidó que es el jefe, y un jefe no se rinde ante la adversidad. Si hay problemas, sale, los combate y espera el momento. Por citar un par de ejemplos, para que Paul Pierce viera la gloria en Boston, primero tuvo que ver mucho llanto en el vestuario, y para que Kobe Bryant recuperara el halo ganador en Los Angeles primero tuvo que soportar varios campeonatos de derrotas en soledad. Pero todo lo que cuesta vale, porque todo triunfo acarrea una cuota de sacrificio y dignidad que funciona como carga previa y que no se puede borrar de un plumazo así porque sí.

Y ahora, con la decisión de James de jugar con Dwyane Wade y Chris Bosh en el Heat, se repite un error periódico: creer que Miami ya tiene lo necesario para ser una dinastía.

Me pregunto lo siguiente: ¿cómo se puede decir que un equipo está listo para ganar múltiples campeonatos con sólo cuatro jugadores en su plantel asegurados (Wade, James, Bosh y Mario Chalmers)? ¿Desde cuando las franquicias ganan campeonatos por sus estrellas y no por su trabajo de equipo? El básquetbol es un deporte grupal y ya lo demostraron los Celtics en el Este y los campeones Lakers en el Oeste.

Precisamente, creo que esta historia ya la vivimos. Y creo, también, que con una afirmación de este tipo no se está respetando a los Lakers, el bicampeón de la NBA y el equipo que tendrá las mismas fichas que en la temporada pasada -con Phil Jackson en el banco de suplentes- y con el acople de Steve Blake en el armado, una de las mínimas falencias de los angelinos en la pasada temporada.

Sumar estrellas no garantiza nada en este deporte. El Heat todavía tiene que conseguir un centro de jerarquía para acompañar a Bosh, un base armador natural y de experiencia que pueda controlar el balón para aprovechar a tope el goleo perimetral de Wade y LeBron, una segunda unidad productiva y un entrenador sólido que logre formar una escena con tres actores estelares acostumbrados a recitar monólogos en los últimos años. Excelentes por cierto, pero monólogos a fin de cuentas.

Por lo tanto, subirse a la montaña rusa de la agencia libre puede ser tan divertido como peligroso. El básquetbol es mucho más que contrataciones rutilantes y cámaras de televisión. No hay que confundirse: los Lakers son, hoy por hoy, el mejor equipo de la NBA por varios metros de distancia.

Si quieren quitarle el título, tendrán que hacer algo más que promesas idílicas en las marquesinas.
Antes de hablar de dinastía, primero hay que ganar un partido, luego la serie regular, luego los playoffs del Este y luego las Finales.

Lo siento, pero como decía antes, la vida es siempre sacrificio y esfuerzo primero.
LeBron, yendo al Heat, eligió el camino rápido hacia la victoria, aunque no necesariamente el mejor.

Antes de hablar de más, la experiencia dice que hay que respetar al campeón.

Los Lakers merecen trato de reyes: han demostrado en años consecutivos su poder en esta Liga.