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Barcelona, para aplaudirlo de pie

BUENOS AIRES -- El Estadio Internacional de Yokohama aplaude de pie.

Por un andarivel que permite un festejo transparente, los actores principales saludan y exhiben el trofeo conquistado.

Van distendidos, sonrientes, sin euforia desmedida.

Los 75.000 espectadores, a su paso, los ovacionan como a estrellas de Hollywood que acaban de recibir su Oscar.

Algunos son "blaugranas" originales que viajaron hasta allí, pero la mayoría son japoneses que simbolizan a los simpatizantes del mundo entero.

Es que el reconocimiento mundial que alcanzó este Barcelona es tan generalizado que ya da lo mismo cualquier escenario del planeta.

Messi y su tropa son los dueños del planeta fútbol.

Y está bien que así sea.

Se lo han ganado.

Es 18 de diciembre de 2011 y acaba de finalizar la final del Mundial de Clubes. En ella, se ha visto la paliza futbolística más grande que uno recuerde sumando este torneo y las finales Intercontinentales. Y el concepto no se basa en un 4-0 que sobraría para hacerlo. Esto no es cuestión de números o estadísticas. Acá se vio, en una definición, y ante un equipo brasileño con todo lo que eso significa, una superioridad imposible de pronosticar tal cual se plasmó en el campo. Devastadora, casi cruel diríamos. Humillante.

UNA FINAL DESIGUAL

Se supone que dos conjuntos que llegan al partido máximo de la competencia de clubes más importante del deporte más popular de la tierra, tienen equivalencias.

Y aunque nunca una escuadra sea idéntica a la otra, las diferencias en estas instancias son ajustadas, mínimas.

Nada de eso se vio. Sí, un concierto apabullante.

Fue tal el desnivel, que hubo momentos en que no parecía un partido de estas características tan trascendentales sino un choque entre superestrellas y partenaires.

En el primer movimiento del juego, cuando Carles Puyol miró hacia su derecha con balón dominado, Dani Alves ya estaba cerca del área "santista". Y el equipo "de Pelé", refugiado totalmente en su territorio como si en lugar de jugarse segundos, fuesen ya 90 minutos y estuvieran ganando por la mínima.

Messi marcó el primero tras una jugada en la que participaron Fabregas y Xavi (con un taco de lujo). El rosarino, cara a cara con Rafael, metió un pincelazo de los suyos, de potrero rosarino 100%.

Después, Dani Alves asistió a Xavi para el segundo. Y antes de que terminara la primera mitad, Cesc Fabregas liquidaba todo tras una acción con Messi y Dani Alves.

Santos, a esa altura, ya había intentado con cambios en su dibujo táctico: de 5-3-2 a 4-4-2. Era en vano. La solución pasaba por poner 11 más y jugarle con 22. Pero está prohibido. Entonces, a sufrir.

En la segunda etapa, lo mismo. Sin un "9" de área, igual llegaban todos. Basados en una precisión técnica y en una movilidad únicas.

Cerca del final Dani Alves lo dejó solo a Messi. El argentino la adelantó mucho. Pero ese inconveniente resultó nada. Metió, a la vez, pique corto, gambeta y quiebre de cintura, el arquero Rafael pasó de largo, y el crack tocó al arco vacío de manera más fácil que en su baby fútbol natal en "la Chicago Argentina".

4-0. Una humillación en el marcador. Pero mayor aún en el desarrollo. Hacer pasar por "torpes" a los brasileños, era algo que no pensábamos ver en el fútbol. Y lo vimos.

71% de posesión de balón en el encuentro que dirime al mejor del mundo significa un baile fenomenal.

HUMILDAD Y GRANDEZA

Carles Puyol, un Tarzán rubio con pinta de jugador de rugby, es el capitán del Barca. Sus palabras al terminar la exhibición dada suenan como un resumen perfecto del legado que este Barcelona ya ha dejado: humildad y grandeza.

"Hicimos un gran partido ante un enorme rival que tiene jugadores extraordinarios. Ahora tenemos que seguir trabajando y seguir creciendo. Podemos dar más".

Pep Guardiola, en tanto, miraba desde el centro de la cancha, tranquilo, la vuelta olímpica de sus jugadores.

En la tierra del Sol Naciente, con un brillo espectacular, Barcelona ratificaba que es, por lejos, el número 1.

¿Algo más? Sí, tiene a Messi, un marciano. Y eso lo hace casi invencible.

Para cerrar, decidimos poner una frase que se nos sale de la boca de tal manera que hasta queremos gritarla: "Al que no le gusta este Barcelona, no le gusta el fútbol".

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