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La leyenda de Bolt

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Leyenda. Ser leyenda. Ese verbo y ese sustantivo. Esa frase es la que obsesiona al mejor atleta del último lustro, el jamaiquino Usain Bolt. El espigado velocista la pronuncia en cada entrevista, en cada declaración. Él quiere convertirse en una leyenda del deporte, y cree que para eso, debe revalidar en Londres 2012 las tres medallas olímpicas de oro que logró, de manera inolvidable, en los Juegos Beijing 2008.

Bolt, nacido en la localidad de Trelawny el 21 de agosto de 1986, ya era una personalidad en el ambiente del atletismo cuando llegó a China para los Juegos Olímpicos de 2008. Extremadamente carismático, muy extrovertido, algo soberbio.

Sin embargo, fue el 16 de agosto de 2008 cuando saltó a la fama mundial. El jamaiquino logró una de las mayores gestas de Beijing 2008 al ganar con mucha amplitud la final por el oro de los 100 metros llanos.

Tanto le sobró, que tuvo tiempo de inmortalizar su llegada a la meta con un show aparte; aflojó la marcha en los metros finales, al tiempo que se golpeaba el pecho con orgullo. Pese a eso, rompió el récord mundial. Todos se quedaron con la incógnita sobre cuándo hubiera parado los cronómetros si corría a fondo hasta el último centímetro.

Por si a algún distraído no le había quedado bien grabado su rostro, Bolt se encargó en los días siguientes de confirmar su ascenso al estrellato. Siguió venciendo y se convirtió en el primer atleta en ganar, con plusmarca universal incluidas, las carreras de 100 y 200 metros llanos y la posta 4x100 en unos mismos Juegos Olímpicos.

Pasó un año y el hombre, que mide 1,95 metros y pesa alrededor de 94 kilos, reapareció en su esplendor en el mundial de atletismo de Berlín. Allí se dispuso revalidar lo obtenido en China y lo logró, aunque con un ínfimo asterísco.

Volvió a ganar el oro en los 100 y 200 metros y en la posta 4x100. Volvió a romper los récords mundiales de 100 y 200. La única diferencia con Beijing fue que él y su equipo no pudieron establecer un nuevo récord mundial en la carrera de relevos. No se lamentó demasiado por eso.

Su crecimiento fue constante. Siempre mostrando grandes rendimientos en las grandes citas. Recién en 2011 tuvo un tropiezo.

El 28 de agosto se corrió la final de los 100 metros del mundial de atletismo de Daegu. Y allí tuvo una salida en falso que, en consonancia con las actuales reglas de IAAF, significó su automática descalificación.

Lamento y bronca se reflejaron en su rostro como nunca antes se había visto en cámara. Se fue sin decir mucho. Pero en los días siguientes se redimió al lograr el oro en 200 metros y 4x100. Eso, que hubiera sido una campaña superlativa para cualquier otro atleta, a él le sonó sólo a consuelo.

A tal punto esa caída no opacó su rendimiento general que la IAAF le entregó a fin de 2011 el premio a mejor atleta del año, por tercera vez en las últimas cuatro temporadas.

Bolt parece ya haber demostrado todo. Brilló con intensidad en cada gran evento de los últimos cuatro años, se compró al público con su carisma, supo mantenerse en el top de la fama mundial en lo que a deportes se refiere y hasta demostró ser capaz de levantarse tras un duro golpe.

Pero él, en cada entrevista, en cada declaración, vuelve a mencionar que necesita revalidar en Londres sus logros de Beijing para convertirse en una leyenda del deporte.

Nosotros sabemos que ya lo es.

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