Liza Isaak 12y

Londres a sus pies

BUENOS AIRES -- Séptimo día del mes de agosto de 1948. Sábado. Tarde calurosa y lluviosa en Londres. Estadio de Wembley.

Ochenta mil personas esperan pacientemente, saboreando de antemano la emoción de la llegada, con la íntima y arraigada esperanza de que Richards, el representante inglés, se adjudique la carrera. Otros varios miles de aficionados aguardan afuera, también expectantes.

De repente, un estruendoso griterío anuncia la proximidad del líder: el belga Gailly ingresa en primer lugar, con el número 252, pero parece cansado, se tropieza y mira constantemente hacia atrás. A unos 20 metros de distancia de la camiseta roja, aparece la blanca con franjas celestes. "¡Es argentino!", se escucha desde una de las tribunas: "¡Tiene el número 233!"

Este atleta santafecino de 29 años combinaba las pruebas de fondo con las obligaciones en el cuartel de bomberos de Buenos Aires, trabajo que muchas veces le impedía entrenarse con regularidad. Llegaba a Londres de punto: nunca había corrido 42 kilómetros. Cuando se hicieron las selecciones preolímpicas para la maratón, se realizaron pruebas de 20 y 30 km. Debió abandonar en la primera a causa de un accidente en el que fue atropellado por un auto y, en la siguiente prueba, terminó segundo detrás de Eusebio Guíñez. Armando Sensini, por su parte, se había coronado campeón sudamericano en los 32 km. Los tres fueron incluidos en el equipo, pero estos antecedentes no señalaban al número 233 como el mejor de los representantes argentinos, sino todo lo contrario.

Además, el trayecto de la maratón en Londres era complicado porque tenía muchas cuestas empinadas y el trazado parecía un verdadero laberinto. Para colmo, llovía y el suelo estaba fangoso.

Todo en contra.

Sin embargo, a diferencia de su rival, el corredor argentino ingresa a la pista de Wembley con una sonrisa: se lo ve fresco y decidido. Persigue muy de cerca al desfalleciente Gailly. Cuando ve la raya que señala la entrada en la última vuelta, acelera el trote, cuerpea al puntero y pasa al frente.

Mientras tanto, el inglés Richards entra a todo motor, supera a Gailly y se pone segundo, a menos de media vuelta detrás del argentino. Pero este morocho de frondoso bigote mantiene la distancia y sigue avanzando con paso seguro, dejando atrás sin vacilación los tramos de pista: diez metros, veinte, treinta... y cuando entra en la recta final, como burlándose de la angustia de los espectadores, se da el lujo de meter un pique impresionante, que hace estallar al público. El estadio Imperial se inclina a sus pies con una tremenda ovación.

Lo levantan en andas, lo aplauden, lo abrazan. Aparece primero en la placa de llegada de Wembley pero figura como Cabrora; para no ser menos que los ingleses, un famoso diario argentino lo llama Delfor en la tapa del 8 de agosto.

Su nombre era Delfo. Su apellido Cabrera. Y su nacionalidad argentina. Ganó la medalla dorada en la maratón de los Juegos Olímpicos de Londres. El séptimo día del mes de agosto de 1948. Era sábado. Una tarde fría y despejada en Buenos Aires.

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