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La insoportable levedad del gel

BUENOS AIRES -- Está bien, todo se entiende: su maravillosa figura esculpida en alabastro y esa manía insondable de quitarse la camiseta cada vez que tiene la oportunidad; su peinado rígido e inamovible cual flequillo de Superman; las declaraciones intencionalmente provocativas. El márketing es un juego que Cristiano Ronaldo, portugués, delantero, campeón con el Real Madrid, lleva adelante como casi nadie en el deporte mundial.

Sin embargo, no alcanza. Es poco. Debe haber algo más. Y claro, lo hay: un tipo que corre extremadamente rápido, que hace valer su velocidad, que le pega de manera extraordinaria con el empeine y que es empedernidamente insoportable.

Aviso a los fanáticos: no se habla en contra de Cristiano. Él mismo genera esa antipatía, y hasta se podría decir que lo hace de manera voluntaria. Ronaldo, en su búsqueda loca de transformar su nombre en una franquicia de época, arrastra una obsesión por ganarse enemigos.

La apoteosis de su búsqueda exagerada llegó en el más reciente título de su equipo. Cuando todo indicaba que el Madrid iba a levantar una Liga merecida, difícil y exigente, él decidió empezar a hacer gestos. Primero, dibujó un incomprensible juego de dedos con el número tres (¿tres goles? ¿tres puntos? ¿3-0 contra el Athletic?). Después se señaló el logo de la Liga BBVA en la camiseta. Finalmente, mostró el escudo del club en su camiseta.

¿Hacía falta? Ganaste un título, Ronaldo. Festejalo. Divertite. No necesitás más. La gente te va a reconocer por tu juego y porque hiciste más goles que nadie en el campeón, y porque peleás el título de Pichichi y porque peleás por el Balón de Oro.

No es la primera vez que las manos se le van un poco de tema. Ya había hecho un gesto de "robo" en un partido anterior. Y había agregado su desesperante pedido de calma cuando logró el gol definitorio contra el Barcelona, por la Liga. Para peor, ayer lo coronó con un grosero e innecesario corte de magas. ¡Era campeón! De nuevo: festejá, viejo. Disfrutá de tu fútbol. Dejanos disfrutarlo.

Dejá de declarar cosas como: "No me llevo la pelota porque no tengo sitio". Dejá de pararte en los tiros libres como si fueras a patear un penal de rugby, porque será un gesto muy estético pero es inútil para mejorar la eficacia. Dejá de concentrarte en lo superficial, en el gel capilar, en tus abdominales marcados, en la publicidad de Armani.

Alguna vez le preguntaron por qué jugador pagaría una entrada. Él dijo: "Tiger Woods". No hace falta aclarar que ninguneó a todos los futbolistas del mundo. Pero sí se puede agregar que Nike, su sponsor, estaba pasando un momento delicado con el affaire Woods, y su elogio resultó un apoyo estratégico. Siempre hay algo más: la marca.

Antes de llegar a la Casa Blanca, Ronaldo participó de un spot publicitario en el que los fanáticos del fútbol inglés hablaban de él. Algunos decían que lo amaban. Otros que lo odiaban. En el medio, aparecía él disfrazado diciendo: "Ronaldo es el mejor". Esa es la sensación permanente que entrega el jugador: que está metido dentro de la gente soplándole lo que tiene que opinar.

No hace falta, viejo. Usted juegue al fútbol. Y festeje. Festeje ya. Festeje hoy. Olvídese de los gestos. Y olvídese del gel.

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