Damián Didonato 12y

Una historia de oro

BUENOS AIRES -- El fútbol y el espíritu olímpico nunca mantuvieron una relación cercana. Siempre se miraron con recelo, como si uno hubiese llegado a ocupar el lugar del otro. Y si bien esto no es totalmente cierto, sí es real que el deporte más popular del mundo no necesita estar "acompañado" del resto de las disciplinas para movilizar pasiones y multitudes.

Por eso los intereses de uno han ido en contra de los del otro desde el comienzo de las Copas del mundo, en 1930.

Hasta aquel torneo en Uruguay, la cita más importante para el fútbol planetario eran los Juegos Olímpicos, ya que era el único campeonato que nucleaba a las mejores selecciones de todos los continentes.

El fútbol integró el programa oficial por primera vez en Londres 1908, justo en el mismo país en el que había nacido como deporte, varias décadas antes.

En respeto al espíritu olímpico, todos los países enviaron selecciones amateurs. Incluso Gran Bretaña, que prescindió de su poderoso equipo profesional. Sin embargo, el equipo local fue muy superior a cada uno de sus rivales y se consagró campeón, luego de vencer 2-0 en la final a Dinamarca.

En aquel torneo participaron sólo seis equipos, todos europeos, y la gran diferencia de categoría se apreciaba en los abultados marcadores: por ejemplo, en el primer partido del campeonato, el equipo nórdico se impuso 9-0 ante un combinado francés y el jugador danés Sophus Nielsen marcó diez goles en la goleada 17-1 ante otro seleccionado galo.

En Estocolmo 1912 se aumentó a once la cantidad de participantes y el fútbol comenzó a hallar el que sería su torneo más importante. El podio fue exactamente igual al de los Juegos de Londres: Gran Bretaña ganó el oro, Dinamarca la plata y Holanda el bronce.

En 1920 culminó para siempre la hegemonía británica en el fútbol mundial. Noruega venció 2-1 al campeón de las dos primeras ediciones y lo eliminó del torneo en el que debutó un equipo no europeo en una competencia internacional: Egipto cayó sólo 2-1 ante la poderosa Italia. En aquellos Juegos el local Bélgica se consagró luego de vencer a España en la final.

A partir de esta competición, el nivel británico comenzó a decaer hasta desaparecer completamente en 1960, cuando la Asociación dejó de jugar incluso los torneos clasificatorios.

En 1924 la potencia sudamericana se dio a conocer al mundo. Uruguay llegó a París con un fútbol diferente, con aires de cambio y se quedó con el oro y la gloria. Goleó 7-0 a Yugoslavia, 3-0 a Estados Unidos, 5-1 a Francia, 2-1 a Holanda y 3-0 a Suiza en la final. Así, comenzó un reinado que se extendería hasta la primera Copa del Mundo.

En 1928 el fútbol sudamericano terminó de ingresar en la elite mundial gracias a las espectaculares campañas de argentinos y uruguayos, que definieron el título en Ámsterdam. Fue un nuevo triunfo para los orientales, luego de dos durísimas finales. Esa fue la última participación de la Celeste en los Juegos.

Después del primer Mundial, el fútbol comenzó a restarle importancia a la cita olímpica. De hecho, en 1932 la FIFA decidió no incluirlo en el programa de la cita de Los Angeles para que su nueva competencia no perdiera relevancia.

Luego del triunfo de Italia en 1936, el campeonato olímpico se transformó en una especie de premio consuelo para aquellos equipos que no lograban triunfar en las Copas del Mundo. Es más, nunca más un equipo campeón mundial festejó en un Juego Olímpico o viceversa.

Selecciones como Suecia, Hungría, Yugoslavia, Checoslovaquia, Polonia, Unión Soviética o Alemania del este, que sólo cumplían dignas participaciones en los Mundiales, lograron quedarse con el oro olímpico. De hecho, uno de los mejores equipos de la historia no pudo ser campeón del mundo pero sí se quedó con la gloria olímpica. La Hungría de Puskas y Kocsis que perdió de manera increíble la Copa Mundial de 1954 se consagró con holgura en los Juegos de 1952.

Entre Londres 1948 y Moscú 1980 se produjo un fenómeno que produciría un cambio radical en la organización de los torneos olímpicos de fútbol. De las 27 medallas en disputa, 23 fueron ganadas por selecciones de países socialistas. Sólo Japón, Suecia y Dinamarca se entrometieron en esa hegemonía de los estados del este europeo.

El interés de las grandes potencias por este campeonato era cada vez menor y la FIFA decidió que en 1984 los equipos europeos y sudamericanos acudieran a Los Angeles con equipos juveniles.

Así, una muy joven selección francesa se quedó con el oro en los Estados Unidos luego de una final ante Brasil. Las potencias volvían a definir un torneo olímpico y la FIFA veía una gran oportunidad para reflotar el interés en los Juegos sin que peligre la importancia de la Copa del Mundo.

Desde Barcelona 1992, los seleccionados están obligados a jugar con equipos sub 23 y sólo tres mayores. Ese último gran cambio se pudo apreciar en la aparición con éxito de los equipos africanos.

En Atlanta 96, Argentina y Brasil eran los favoritos a llegar a la final, pero Nigeria y toda su frescura eliminaron a la verdeamarelha en semifinales y después sorprendieron a la selección de Daniel Passarella en la final.

Luego de varios triunfos en Mundiales juveniles, los africanos hacían real ruido en una de las más importantes competiciones planetarias.

En 2000, Camerún tomó la posta y se consagró luego de vencer en el partido definitorio a España, que venía de ser campeón sub 20 y era el gran favorito al oro.

Atenas, en 2004, vio cómo una de las más grandes potencias futbolísticas obtenía la primera medalla dorada de su historia. Argentina ganó de punta a punta y sin recibir un gol el torneo en Atenas luego de una histórica final sudamericana ante Paraguay.

En Beijing 2008, Argentina repitió de la mano de Lionel Messi y Juan Román Riquelme en cancha, con la dirección técnica de Sergio Batista. 

Hoy, el torneo olímpico echa de menos la relevancia que disfrutó en los albores del siglo veinte. Sin embargo, ha conseguido ganarse un lugar propio en este súper profesional deporte.

Los jugadores demuestran su espíritu olímpico y expresan sin temores sus deseos de participar de los Juegos, aunque esto vaya en contra de los intereses económicos de sus clubes. Es que, pese a los millones, los autos lujosos y el snobismo europeo, ellos sienten que cada cuatro años pueden demostrar que son atletas.

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